Una de las preguntas clásicas de la pedagogía trata de encontrar los motivos del aprendizaje: ¿por qué aprendemos las cosas" Es curioso comprobar, por ejemplo, qur la obligación es uno de sus motores principales: en cierta manera se podría considerar la maduración humana como un proceso en el que cada vez menos cosas se aprenden por obligación. Llega un momento en nuestras vidas en el que ya no aprendemos porque nos mandan y lo que nos imponen sino que somos capaces de seleccionar aquello que queremos aprender. El interés personal, entonces, guía nuestro desarrollo y cada cual escoge evolucionar en una u otra líneas. Interés en el que, por supuesto, es posible bucear: detrás de él puede esconderse la utilidad de lo aprendido, la recompensa obtenida tras el aprendizaje, el disfrute estético o intelectual... o simplemente, por qué no, la ganancia económica derivada de los nuevos conocimientos o habilidades. En todos estos aprendizajes "interesantes" ponemos todo de nuestra parte, lo cual explica en parte la diferencia que hay entre enseñar, por ejemplo, en un instituto de secundaria o en una escuela de idiomas, la universidad o una academia.
Las resistencias del primer aprendizaje que he citado (el obligatorio) son muy grandes: los niños y adolescentes no quieren aprender lo que consideran superfluo, aburrido, irrelevante. Muchos de estos contenidos son, precisamente, aquellos que la sociedad marca como obligatorios. Al ser un aprendizaje "no voluntario" sino impuesto entra en juego a veces un mecanismo curioso, un procedimiento de aprendizaje que se puede ver en muchas clases de secundaria: el aprendizaje "por fatiga". No son pocos los curricula de asignaturas que están diseñados en espiral: cada curso repite, en cierto modo, lo mismo del año anterior, logrando una profundización mayor. Y así, a base de repetir, los alumnos aprenden quieran o no, por encima y al margen de sistemas, libros, metodologías y profesores. Cientos de miles de adolescentes distribuidos en aulas en los que durante seis horas diarias durante nueve meses al año se presentan contenidos de valor cultural. Esto repetido durante quince años: ¿Cómo no aprender"
Esta reflexión me venía a la cabeza al hilo del funcionamiento de las secciones bilingües. Fui en su día (y sigo siendo) crítico con el modo de implantar la enseñanza bilingüe. Los alumnos, creo, van a coger vicios de profesores que no son totalmente bilingües y que, por mucha buena intención que le pongan (y me consta que lo hacen), nunca podrán lograr el grado de dominio del lenguaje que los profesores de inglés. Así ocurre en líneas generales cuando este tipo de programas se quieren generalizar más por voluntad política que por condiciones reales de implantación. El caso es que la sección bilingüe de mi centro está ya en 4º de ESO y las inspecciones realizadas concluyen que el nivel de inglés es más que aceptable y muy superior al de los alumnos que no están en esta sección. Quizás, me ha dado por pensar, basta que los alumnos escuchen inglés (de mejor o peor calidad) durante 12 horas semanales para que terminen aprendiendo. Aunque sus profesores no sean perfectamente bilingües. Quizás seamos como las máquinas: ellas se rompen por fatiga, por la acumulación indefinida de pequeños golpes o esfuerzos. Nosotros aprendemos por fatiga: por la acumulación de mensajes que terminan metiéndonos las cosas en la cabeza. Así aprenden nuestros alumnos a hablar inglés o a diferenciar a un empirista de un racionalista. Nada de esto les interesa demasiado, como tampoco a nosotros nos interesaba. Pero a base de llover conocimiento, algo termina penetrando en la tierra.
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