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De dialécticas y crisis

Sobre los ciclos y los juegos de poder
Hace casi una eternidad para el tiempo de la bitácora (y una nadería para el tiempo de la historia) salía por aquí un artículo hablando de la crisis del Real Madrid. Algo que chocará a los lectores: ¿A qué viene ahora hablar de la crisis del Madrid, cuando el que verdaderamente está en crisis es el Barcelona. Pues bien sencillo: si un equipo ha ganado la liga ha de andarse con ojo si no quiere descalabrarse al año siguiente. Y al contrario: cuando equipos de grande presupuesto encadenan campañas pobres están generalmente en la antesala de una nueva época de triunfos. La vieja idea de dialéctica puede servirnos (si la aplicamos con muchas reservas) a comprender mucho de lo que nos rodea. Y como no sólo de fútbol vive el hombre, sino también de toda comidilla que nos presentan los noticiarios, la podemos aplicar hoy a otro tema de candente actualidad: la política.

Que el principal partido de la oposición está dividido es algo que no necesita discusión. Podría decirse que es un hecho, un "factum" de la realidad política actual. Que el partido en el gobierno ha logrado consolidarse y capea el temporal (en este caso económico) poniendo al mal tiempo buena cara tampoco parece muy discutible. No obstante, las crisis van por barrios: hace 8 años el PP presumía de unidad interna y funcionamiento democrático, mientras que el PSOE pasaba su travesía del desierto con unas primarias invalidadas y una crisis de liderazgo. El sainete de la política es un tanto aburrido: se representa la misma obra, cambiando los actores. Parece que la dialéctica cobrara aquí una validez inesperada: el partido en crisis hizo cambios internos y hoy gobierna el país. El que antes gobernaba ha tocado fondo. Siguiendo el esquema dialéctico parece plausible imaginarse que en los próximos años vuelvan a invertirse las tornas. Y no porque PP o PSOE deban "ganar" o "perder", sino porque son dos piezas más del engranaje político, dos herramientas del sistema democrático.

El propio sistema favorece esa dialéctica: si nos fiamos de la postura de Popper, lo bueno de la democracia es que podemos quitar a los que ponemos, alejarlos del poder. Si el cliente no está satisfecho nadie le devuelve su dinero, pero sí puede hacer que cambie el tendero. Si la corrupción política fue uno de los principales errores que condenaron al PSOE a la oposición, la guerra de Irak y la política de la soberbia fue lo que llevó al PP al mismo lugar. Poco puede hacer un partido en la oposición por alcanzar el gobierno. Sólo le cabe esperar el error del adversario. Y así lo hacen PP y PSOE, con las circunstanciales influencias de partidos minoritarios que pueden convertirse ocasionalmente en la llave de la gobernabillidad. La dialéctica y la "democracia negativa" de Popper nos sirven para entender el funcionamiento general de nuestro sistema político en el que las crisis y los triunfos se van repartiendo en una especie de comedia en la que los propios errores implican el alto precio de cambiar de papel.