Decíamos ayer que pronto hará un año sin publicar en este blog. Que el tiempo corre que vuela y que los hábitos se pierden. Que a veces la vida se entromete en lo que uno tenía pensado o por pensar y hay que dedicar las horas y los afanes en otros temas. Más vivos, más urgentes que la escritura. Que los blogs están ya más que muertos y que sus asesinos campan por ahí a sus anchas, conectando entre sí a miles de millones de seres humanos a golpe de "me gusta" o mensajes enanos. Decíamos que los contenidos no valen hoy ya nada y que escribir, ese viejo oficio de vanidad, es ahora un ejercicio de vacuidad, un soliloquio. Que leer y hablar ya no son cosas que se hacen con el cerco de los dientes que tanto usaba el poeta, sino que necesitan hoy de otros aparatos y otras tecnologías, pues lo humano más que en cualquier otro tiempo, es hoy electrónico. Unos y ceros para expresar la polifonía de la garganta y el pensamiento.
Decíamos ayer que ya vino la LOMCE. Que tenemos nueva jerga pedagógica y que entre tanto ruido seguimos sin tocar lo esencial. Que los famosos estándares de aprendizaje fueron pergeñados por quien jamás piso un aula. Y que puestos a pisar, PISA ha pisado demasiadas cosas. Que no se puede utilizar una simple prueba externa para el rechazo y la crítica devastadora, pero tampoco para la autocomplaciencia y el conformismo. Que maldita sea la bendición pisana si sirve para sacar pecho y presentarse falsamente como modelo de la nada. Y doblemente maldita si no somos capaces de analizar sus resultados en función del contexto social y económico de los centros. Decíamos que toda la parafernalia tecnológica no es determinante en la cosa educativa, más allá de la propaganda y la buena imagen que produce en los centros educativos que, quieran o no, están obligados a venderse ante una sociedad que de forma irresponsable convierte uno de los pilares de la sociedad en un negocio. Tendencias, modas e ideas que jamás podrán convertir a un alumno o a su familia en un cliente. Decíamos también que la filosofía se ha convertido en uno de los caballos de batalla más mediáticos de los últimos meses. Que el gremialismo se extiende a todas las áreas y que se leen defensas un tanto simplonas en los medios. Que no soportamos la crítica y tampoco la autocrítica. Que quizás seamos, en definitiva, menos profesor@s de lo que pensamos, menos filósof@s de lo que nos creemos.
Decíamos ayer que la nueva política ha llegado para quedarse. ¡Albricias! Caras nuevas, nuevas formas, ideas viejas y decepciones viejas. Luchas de poder y liderazgo que terminan mostrando que está todo inventado. Que quizás tenía Nietzsche razón y si hubiera un destino que cumplir y realizar lo habríamos logrado ya. Decíamos que no son tiempos de utopías, sino de fijar los ojos en lo cercano. Se asaltan los cielos dando los buenos días, corrigiendo a tiempo los trabajos y sabiendo lo que nos queda por hacer que gritando, pegando, amenazando o tuiteando odio por los 140 caracteres. Decíamos ayer que esto de las tecnologías es uno de los mayores embaucamientos de la historia. Que nos venden humo a diario: mentiras que mudan en verdades, ejercicios de confirmación y autoconvencimiento al ver los mensajes de quienes piensan como nosotros, aislamiento del pensamiento y el diálogo y para colmo logros educativos que no se observan pero sí abren brechas entre alumnos y centros. Decíamos ayer que pese a todo habrá que retomar el camino. Sea para andarlo en solitario o en compañía, sin perder de vista un consejo: cualquiera que venga por aquí que no haya leído lo que hay que leer no debe perder el tiempo. Cualquiera de las grandes obras de la historia de la filosofía y de la literatura merece más atención que un blog. Esto queda dicho.
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