"Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques."
Se trata este de un derecho singular, en tanto que vivimos en una sociedad en la que la calumnia es casi moneda de cambio y los ataques a la honra y la reputación de las personas aparecen inclluso en grandes titulares de la prensa. La privacidad es vivida de una doble manera en el liberalismo: por un lado se trata de un valor que hay que respetar y proteger, pero da la sensación de que en algunos casos se pudiera convertir en un icono de la furia social, una especie de pim-pam-pum sobre el que descargar iras y frustraciones. Así parece manejarse a la opinión pública, y así también es como parece entretenerse una buena parte de la sociedad.
Al leer el artículo 12, cualquiera puede sentir inmediatamente unas ganas irrefrenables de criticar ciertos medios de comunicación y estilos periodísticos, que hacen de la carroña humana materia prima con la que comerciar. Tienen, desde luego, parte de culpa: es hipócrita e inaceptable escudarse en la audiciencia para justificar cierto tipo de contenidos. Y lo más paradójico de todo es el tipo de discurso que se elabora: todos los programas de cotilleos tratan de presentarse como adalides de un cierto tipo de moral, la misma que ellos desprecian y pisotean cuando tienen que difundir cierto tipo de información sobre tal o cual personaje. Palabra esta no exenta de un significado muy simbólico: los seres humanos de los que se habla en ciertos programas dejan de ser personas para convertirse en personajes. Muñecos y marionetas cuyas vidas privadas son moldeables y manejables a gusto de los diferentes jefes de pista del circo mediático. Son ellos quiénes deciden, como los emperadores en su tiempo, quién es y no es "famoso", a quién se le puede robar legítimamente el derecho humano protegido por el artículo 12.
No obstante, como decía antes, la tentación de satanizar una forma de periodismo debe superarse. Y es que en muchos de nosotros anida un deseo de investigar, un ansia de saber de los demás. Los programas que están en el ojo del huracán son la institucionalización mediática y periodística de algo que el ser humano viene poniendo en práctica desde hace miles de años: hablar de los demás, y no siempre para bien. Poner en duda su valía, recelar de sus triunfos, dudar de su honor. Una tendencia que los sociólogos y los antropólogos conocen muy bien: la injuria es una forma de crear un enemigo común y de fortalecer lazos. La historia de la violación sistemática de este artículo es tan antigua como el hombre mismo: la difamación y la intromisión en la privacidad es una prolongación del conflicto y de la guerra. Y de nada nos sirve el artículo 12 de los derechos humanos si no empieza a haber una toma de conciencia generalizada, así como las decisiones judiciales que protejan este derecho que se ve vulnerado una y otra vez. Entre tanto, la naturaleza humana impondrá su criterio: seguiremos metiéndonos en la vida de los demás. O apoyando con nuestros gestos que otros se metan por nosotros. Quién sabe: quizás muchos de los derechos humanos vayan contra tendencias muy asentadas en nuestra propia naturaleza.
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