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Despedida y muerte

A partir de una despedida escolar
Hace unos días celebrábamos en el instituto un pequeño acto de despedida para los alumnos de 2º de bachillerato y ciclos formativos. Sin ninguna pretensión ni sofisticación lo único que se pretendía era tener un pequeño detalle con los alumnos que habían pasado algunos años formándose en el centro. La "ceremonia del adiós" fue sencilla y pasaron muchas cosas en poco tiempo: intervenciones de los alumnos, entrega de premios de un certamen literario y un rally fotográfico, celebración de un subcampeonato de baloncesto, actuación del coro interludio... y algo de lo que probablemente nadie se percató: la muerte silenciosa e imperceptible de todos los presentes. Tendemos a pensar que la muerte es algo futuro, que vendrá cuando tenga que venir. Se trata, en definitiva, de un momento puntual. Frente a esto la muerte es también todo un proceso: morimos todos un poco cada día, pero no le prestamos mucha atención a este hecho.

Acumular despedidas es ir coleccionando pequeñas muertes. Cerrar etapas es alejarnos de lo que ya nunca volveremos a ser, de lo que se convertirá en un pasado irrecuperable, y tan sólo imaginable o revivible a través de las imágenes, los textos y los recuerdos. Es difícil, si no imposible, que con dieciocho años se piense en la muerte. Se experimenta cierta tristeza en toda despedida, pero no siempre se le pone cara. Quizás por falta de conciencia o quizás porque la cara de esa despedida no es otra que la muerte: saber que nunca volverás a ser lo que fuiste, que lo que has disfrutado termina de una vez por todas y para siempre. El final irreparable de algo que ha podido tener sus momentos difíciles o incluso de fracaso, pero que representa al menos tiempo vivido, posibilidad, oportunidad. Algo en lo que no pensamos diariamente: tan ocupados estamos en vivir, que no tenemos tiempo de pensar que morimos. Sin embargo, las despedidas o incluso las celebraciones llevan dentro de sí este germen de melancolía: celebrar que se ha ganado un premio implica asumir que será otro el que celebre al año siguiente. Nada dura para siempre.

La muerte es algo en lo que no pensamos, en lo que no nos gusta pensar. Y no sólo eso: deseamos ir superando las diferentes etapas de nuestra vida: el alumno de primaria quiere pasar a la ESO (quiere "ser mayor"), éste al bachillerato o al mundo laboral, la universidad, el trabajo... El tiempo de la vida (marcado también por la cultura y la sociedad) nos va proponiendo metas, objetivos que alcanzar. Avanzar hacia ellos implica la superación de las anteriores, pero también una aproximación (progresiva, imperceptible y silenciosa) a la muerte, o a las diferentes muertes que vamos guardando en el camino. Probablemente nadie quiera morir, pero no hay forma de ser universitario si no "muere" antes el bachiller. Otra cosa es que queramos tomar conciencia de esa presencia de la muerte que en momentos puntuales nos recuerda que algún día también nosotros dejaremos de existir. Por eso hay tantos a los que no les gusta decir "adios". Como si al decir "hasta luego" dejaran abierto un futuro incierto, en el que la muerte no tenga la última palabra, el adios definitivo.