En los tiempos que corren es difícil poner en duda que la televisión es uno de los focos creadores de opinión y conocimiento. Algo de lo que, por cierto, no sabe aprovecharse la filosofía: lo más que se ha llegado a conseguir es el programa argentino Filosofía aquí y ahora. Uno más de los muchos factores que contribuyen a consolidar su práctica desaparición de la esfera pública. Pero no es este el tema de hoy: más bien quería centrarme en cómo los contenidos científicos divulgativos que nos ofrece la televisión pueden provocar un efecto contrario al buscado: en vez de poner su granito de arena para que los no especialistas adquieran unos conocimientos esenciales sobre algún asunto científico, logran generar una apariencia de saber que está muy alejada de las teorías sostenidas por los científicos. De manera indirecta, una de las teorías más traicionadas es, a mi entender, la evolución de Darwin. Y no tengo en mente algunos programas monográficos, dedicados a su vida, su obra y su pensamiento, que se han proyectado en los últimos meses. Me estoy refiriendo a algo más mundano: los documentales de animales que tantas veces han precedido (o inducido) la siesta de cientos de miles de españoles.
Si estamos atentos a la teoría de la evolución y a su versión más refinada, la teoría sintética, hemos de saber que según la propuesta darwinista no hay causas finales en la naturaleza. El azar está en el inicio del proceso evolutivo, en tanto que las mutaciones genéticas se producen de una manera imposible de predecir o explicar sistemáticamente. Y este mismo azar preside también el principal mecanismo de la evolución: la selección natural. En consecuencia, todos los cambios que se han producido en las diversas especies naturales son fruto de la casualidad, no hay ningún tipo de proceso intencional o finalidad en ellos. El darwinismo consagra la falta de sentido en los seres naturales. Siendo consecuentes con esto, habría que adoptar una nueva gramática de la naturaleza: no podemos utilizar la conjunción final "para". Nada sucede con un fin determinado. Todo ocurre a partir de un conjunto de mutaciones que resultan adaptativas, o no, en función de un cúmulo azaroso de condiciones ambientales y ecológicas. El ser humano es tan hijo de la suerte como la última cucaracha, y su vida se explica por los mismos principios biológicos.
Estas ideas deberían resultar sencillas y familiares para todos. Sin embargo, son los propios documentales "científicos" los que se expresan de una manera antidarwiniana. Ahora que hemos "naturalizado" al ser humano, concibiéndolo como una más de las especies naturales, da la sensación de que se pretendiera divinizar al resto de especies, destacando sus meritorios comportamientos y capacidad emocionales, afectivas e intelectuales. Así, no es de extrañar escuchar cómo el locutor del documental de turno explica lo siguiente: "Para superar las condiciones x, y, z, la especie A ha desarrollado el comportamiento h, la capacidad s o el órgano m". Como decía antes, este enfoque es incompatible con el darwinismo. Más bien habría que decir: "después de miles de años y de cientos de miles de congéneres muertos, en la especie A apareció por azar la mutación h, que por el momento le permite adaptarse a las condiciones x, y, z, que no son inmutables y podrían cambiar en el futuro provocando la extinción de esta especie." Es como si el darwinismo resultara demasiado crudo para aquellos que intentan recoger las "maravillas" de la naturaleza, para los que exaltan la belleza o las extraordinarias capacidades de tal o cual especie. Algo de afecto y admiración ha de sentir el etólogo, primatólogo o entomólogo que dirige el documental, lo que le lleva, en un descuido impropio de la ciencia, a atribuir comportamientos teleológicos a quien, por definición, carece de ellos. El caso es que nada hay más alejado del darwinismo que la mayoría de documentales de animales, que siguen pensando en términos finalísticos: ¿Alguien puede explicar semejante contradicción"
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