A primera vista, la ecología es en el fondo economía. Ahorrar recursos planetarios. Utilizarlos de una forma útil y responsable. Ya no sólo el tiempo es oro: ahora lo es también (y estamos tomando conciencia de ello, lo cual es más importante) el agua, el aire, los parques naturales, las especies protegidas... La naturaleza es oro y existen ya propuestas para que los recursos naturales aparezcan entre los datos contables de las empresas. Aquella industria que respeta su medio es más rentable a largo plazo que aquella que no lo hace, aunque la ceguera del corto plazo nos pueda llevar a pensar lo contrario. Ser ecológico es, en realidad, ahorrar, y no sólo recursos naturales. Conducir de un modo más ecológico, por ejemplo, supone un recorte significativo en las facturas de combustible, y lo mismo ocurre con nuestros consumos energéticos domésticos. Parece que la ecología y la economía pudieran convivir en perfecta armonía: ser ecológico implica muchos comportamientos, actitudes y valores, y entre ellos brilla con luz propia la economía, que nos puede ayudar a calcular cómo lograr un uso eficiente de recursos y también el sostenimiento del planeta. Ser ecológico es, entre otras cosas, ser económico.
Pero lamentablemente no vivimos en un mundo leibniziano, en el que todo encaja perfectamente. No siempre la ecología es tan compatible con la economía. Y si no que se lo digan a las empresas de la más diversa índole que deben reestructurar sus instalaciones para reducir emisiones y resultar menos contaminantes. Los comportamientos ecológicos implican una serie de costes (en tiempo, en dinero, en recursos humanos...) que no siempre todos desean asumir. La ecología resulta cara. Y no es tan fácil ventilar el asunto acudiendo a la distinción anterior entre el largo y el corto plazo. No vale con decir la ecología no es económica a corto plazo pero sí a largo. Cuestiones como qué hacer con los bosques amazónicos, o con zonas de las que hoy se alimenta la población rural y se quieren convertir en zonas protegidas son buenos ejemplos: detrás de las reivindicaciones ecologistas hay problemas de fondo que no se resuelven de un plumazo ni con buenas intenciones. Si occidente progresó talando sus bosques, ¿con qué autoridad moral puede exigirse la conservación del Amazonas" ¿Pueden ciudadanos urbanitas, propietarios de coches y consumidores desproporcionados de energía, implicarse en la declaración de parque natural de una zona en la que pastorean cientos de familias" ¿Se puede pedir a un ayuntamiento que renuncie al crecimiento de un pueblo para la conservación de su entorno" Además del largo y el corto plazo, son muchos los intereses implicados, y las reivindicaciones aparentemente verdes pueden resultar tramposas y engañosas. Ser ecologistas es fácil si no se sufren las consecuencias. ¿Cuáles son entonces las relaciones entre ecología y economía" ¿Son fácilmente conciliables ambas disciplinas" ¿Estamos condenados a pensar en el corto plazo y lamentarnos después" ¿Es posible un comportamiento ecológico y económico en todos los ámbitos" Cuestiones que quizás debamos responder antes de lanzarnos a salvar la naturaleza...
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