Un clásico libro de Austin lleva por título Cómo hacer cosas con palabras. Una de las tesis centrales de este libro defiende que hablar es una manera de hacer: según la teoría de los actos de habla hay palabras que cambian la realidad, que introducen nuevos estados de cosas. En cierta manera, El discurso del rey viene a darle la razón a Austin: cuando tenemos problemas con el lenguaje, podemos hacer menos cosas. Como por ejemplo, asumir las funciones propias de un monarca: cómo va a llegar a ser rey, el que es incapaz de dirigirse a su pueblo. Algo que a primera vista parece impensable, y que sin embargo ocurrió realmente poco antes del comienzo de la segunda guerra mundial. Un hecho histórico (o "totalmente histórico" como diría un amigo) que sirve de hilo conductor para una película centrada en la superación personal con referencias a cuestiones psicológicas, políticas y lingüísticas. Detrás de la película triunfadora en los Oscar de este año, hay más ideas de lo que a primera vista pudiera parecer: vamos a comentar algunas de ellas. Una idea bien clara: aprender a pronunciar bien las palabras nos recuerda, entre otras cosas, la naturaleza lingüística del ser humano. Somos lenguaje, y el protagonista de la película tiene una conciencia dolorosa de este hecho.
Una primera lectura de la película nos lleva a interpretarla como una historia de lucha, de perfeccionamiento de esfuerzo por mejorar. De estas, las hemos visto a patadas: el protagonista de turno que tiene problemas para conseguir tal o cual objetivo, o para superar un problema determinado. Al final, gracias a la aparición de alquien se convierte en una ayuda clave, logra lo que se había propuesto. Desde esta perspectiva, El discurso del rey es una más del montón, de todas las miles de películas que nos cuentan historias de superación humana, como la del famoso Demóstenes. El método de curación nos ayuda a profundizar en el personaje: indagando en la infancia o en la propia personalidad del príncipe tartamudo, su terapeuta saca a la luz posibles causas del hablar entrecortado, como si en cierta manera hubiera causas psicoanalíticas escondidas que nos dan la clave de los trastornos humanos. Ganar en confianza personal es sólo un primer paso, que se combina con otras estrategias: ejercicios vocálicos, musicalizar el discurso... dejar que las palabras broten y no temer que se escapen. Hablamos como somos, y si queremos hablar mejor tenemos que confiar más en nosotros mismos: las palabras y la mente humana parecen tener una profunda conexión en la que apenas reparamos en el uso habitual y común del lenguaje.
Junto a la reflexión sobre el progreso del príncipe, se le une otra de carácter político: la importancia de la forma dentro de cualquier monarquía. El poder político, nos viene a decir la película, cuenta con su propio ritual. No basta con ser un buen estratega, con tomar las decisiones adecuadas, con tener en cuenta el bien común por encima del individual. El buen gobernante tiene que cumplir escrupulosamente con la liturgia del poder: los gestos, los símbolos y las palabras no son, ni mucho menos, gratuitos. Están ahí por algo, y es obligación del rey el "encarnar" bien las fórmulas, dotarles de credibilidad. Ser rey consiste, entre otras muchas cosas, en aparentar, en transmitir la solemnidad, la gravedad y otros tantos sustantivos que pueden verse de una manera directa o indirecta en la película. Tanto o más importante que el propio carácter, las monarquías parlamentarias modernas no esperan de su rey que sea enérgico, pero sí que lo parezca. No pretenden que sea resolutivo y eficaz, pero sí que lo parezca. Así le ocurre al protagonista: al margen de su capacidad para estar al frente de la nación en momentos tan crudos como los previos a la segunda guerra mundial, se le exige que transmita aplomo, serenidad, voluntad firme. Y así lo hizo el rey. En la película como en la historia. De manera paradójica, las pausas que no podía evitar por su problema lingüístico, contribuyeron a darle al discurso real tintes de realismo, dramatismo y solemnidad. Una historia de película, con resonancias políticas, psicológicas y lingüísticas que nos recuerda el peso de la palabra en una cultura como la nuestra, que en cierto modo va olvidando la capacidad oral como una de las más altas expresiones del pensamiento humano.
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