Hay quien dice que la ficción es un ejercicio de búsqueda personal. Escribir es escribirse: toda novela está poblada de los fantasmas, amigos, preocupaciones, enemigos y vivencias del autor. El primer hombre responde exactamente a esta idea. Con una característica especial: es una novela inacabada, encontrada con vida en el accidente que se llevó la de su autor, Albert Camus. Estamos ante una novela que no es tal, a medio terminar, y que pretendía ser autobiográfica. El conjunto de notas que apareció en el maletín de Camus era, entre otras cosas, una forma de saldar las cuentas pendientes, consigo mismo y con la vida. Encontrarse a través de los personajes y la ficción era una manera de volcarse en una realidad incapaz de anular el absurdo que la acompaña. Un sentido literario que bien podría suplir su ausencia en la existencia real.
Jacques Cormery es Albert Camus: huérfano de padre con tan sólo un año de vida, a los cuarenta decide iniciar un viaje a Argel, para tratar de saber algo más de su padre, sobre el que apenas se había interesado hasta entonces. Volver a su ciudad natal es revivir una infancia marcada por la pobreza y un entorno familiar difícil. Es encontrarse también con sus aventuras de la infancia, y con una de las mejores experiencias de su vida: compartir aula con un maestro que marcaría a Camus de por vida, y al que hizo referencia en su discurso al recibir el premio nobel de literatura. Un alumno brillante que tuvo la suerte de cruzarse con alguien capaz de estimular y desarrollar sus capacidades: fueron sus capacidades intelectuales las que dieron una oportunidad a Camus que logró acceder al instituto pese a los recelos de su abuela, convencida de que estudiar significa una pérdida de tiempo e ingresos para familias que no se pueden permitir este tipo de lujos.
Una de las cualidades de Camus es transformar paisajes, personajes y situaciones en ideas filosóficas. La piedra de Alger, sus calles, la sordera de la madre, las jornadas de caza con su tío o las tardes de playa: cualquier motivo es bueno para ir dejando hondas reflexiones sobre el ser humano y la sociedad, sobre lo que fue el autor de la novela y lo que somos cada uno de nosotros. Un ser sin raíces: sin padre y sin tierra, sin historia y sin identidad, nacido en un país que no es ni árabe, ni francés, obligado por tanto a hacerse a sí mismo sin tener ninguna referencia más allá de la huida. Huir de la abuela, de la pobreza, de la casa y de la ignorancia. Por eso Cormery es el primer hombre, como en cierta forma lo es cada uno de sus lectores: por muchas andaderas que nos podamos buscar, la vida se nos plantea a todos con una crudeza insoslayable. Y ocurre con las novelas lo mismo que con la vida: a veces acaban de manera inesperada, trucadas por los azares de la vida.
- Comentarios bloqueados