Una de las consecuencias de no vivir en el mejor de los mundos posibles es el sufrimiento humano. No sólo las catástrofes naturales, sino por otras muchas causas: enfermedades, hambre, guerras... La identificación de la vida humana con el dolor es tan antigua como la civilización misma. No sólo está en la filosofía sino también en diversas tradiciones religiosas: cómo no se va a tener en cuenta en dolor dentro de cada cultura si es una de las experiencias universales por las que hemos de pasar todos los seres humanos. Si no queremos que nos unan valores morales universales podemos estar seguros de que lo hace la lágrima, la enfermedad y la precariedad. Tan sólo las falsas seguridades de cada día nos hacen percibir la vida de otra manera, estable, como si fuera a durar para siempre. Junto a las grandes tragedias simbolizadas en terremotos y huracanas están las cotidianas y silenciosas: el dolor de garganta que nos hace apreciar la salud, los accidentes domésticos que terminan en largos procesos de rehabilitaciones y la muerte que no para.
Esta vivencia común ha estado presente en la historia de la filosofía. No son pocos los que afirman que es la experiencia de la muerte la que nos empuja a pensar. Una de las cuestiones que emerge de la misma es la de la moralidad. Si todo acaba en la nada, ¿por qué o para qué obrar moralmente" La justificación del comportamiento moral ha estado en la base de la reflexión filosófica desde hace siglos. Es lo que llevó a Kant, por poner un ejemplo, a afirmar que la existencia de la conducta moral exige como requisito lo que él denominó "postulados de la razón práctica", es decir, condiciones necesarias para el desarrollo de la moral. Entre ellos, pensaba Kant, debería estar la existencia de Dios como una instancia superior, garantía del orden moral: ante el absurdo y el triunfo de la existencia tiene que haber algún tipo de consuelo, de recompensa, de restitución. El sufrimiento del inocente no puede ser la realidad última. La muerte no puede acabar con el progreso moral de aquel que empeña su vida en cumplir con su deber.
Esta idea kantiana, que está siendo explicada en estas fechas en muchas clases de secundaria, es criticada por filósofos como Nietzsche: para él no podemos vivir pendientes de ningún tipo de más allá o recompensa después de la muerte, y la pregunta por la justificación del comportamiento moral es absurda porque la moral occidental niega la vida en su sentido más genuino y auténtico. La vida es dolor y sufrimiento y termina con la muerte. No hay más, pero tampoco hay menos. Mientras estamos vivos nuestro comportamiento debe estar guiado por nuestros propios deseos y proyectos, no por normas externas impuestas, que tratan de aliviar el desconsuelo. Apenarse ante la muerte tiene que ser sólo un primer paso a superar. Aquel que obra moralmente lleva un camino de renuncia, de negación de sí mismo: la acción "por deber" que propone Kant nos conduce a una vida miserable, de aniquilación de los propios deseos, pasiones, fuerzas, instintos e impulsos. La pregunta de hoy se las trae. Si no vivimos en el mejor de los mundos posibles, si el caos y el dolor sellan nuestro tiempo, ¿por qué comportarnos de una manera moral" ¿Hemos de hacerlo en algún sentido" Kant y Nietzsche ofrecen dos respuestas opuestas, pero somos cada uno de nosotros los que hemos de dar una personal.
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