Es una de la consecuencias nefastas (y quizás no queridas) del racionalismo: el ser humano necesita apasionarse por algo, dedicar tiempos y esfuerzos a cosas que quizás no encuentren un fundamento racional. Y este "algo" no puede justificarse de un modo racional, objetivo o intersubjetivo. Un compañero me hablaba un día sobre un amigo suyo, fanático de El péndulo de Foucault, que había recorrido los castillos franceses descritos en el libro reviviendo cada sala y cada personaje. Cuando miré con cara de escepticismo a quien me lo contaba y le dije que todo aquello era pura fantasía, una mentira imaginativa, él me contestó un tanto exaltado llamándome, entre bromas, "inhumano, frío y racional". Y es que si nos paramos a pensar (ejercicio racional) aquellas actividades que acaparan la mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzos son tan racionales como la visita entusiasmada de un lector que busca perdidamente los personajes de sus lecturas.
El tunning, el montañismo, el budismo zen, el tango, la lectura de la filosofía, el esquí, el tenis o cualquier otro deporte. Los juegos de rol, las novedades de la red, el escribir, el pintar, o el estar al tanto del último ligue del famosete de turno. "Mundillos" o formas de vida imposibles de explicar racionalmente. Son pasiones del ser humano que a la razón se le escapan, y que, sin embargo, terminan dando sentido a lo que hacemos. Basta con pensar qué es aquello qué más tiempo ocupa nuestros pensamientos y horas del día: ¿es eso racional" Y sin embargo, pese a que los "núcleos vitales" que marcan nuestra biografía no soporten la más tenue mirada de la razón, valoramos esta capacidad como una de las que nos definen y queremos ser racionales. ¿Cómo entender (o vivir) esta extraña cobinación" Las pasiones nos atan a la vida, nos invitan a exprimirla al máximo: son las cosas que hacemos con pasión las que nos realizan. ¿Seremos acaso apasionadamente racionales" Quien sabe...
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