Se suceden estos días las felicitaciones, llenas de matices en cada palabra, en cada gesto, en cada coma. Desde quien no dice nada a quien grita a los cuatro vientos "¡feliz navidad!", pasando por una infinidad de tonos intermedios. Felices fiestas, felices días, que lo paséis bien. La navidad se dice de muchas maneras, incluso como solsticio, pero no todas ellas designan la misma cosa. Tan polémico se hace el tema que se viene observando una ola creciente de "equidistancia", "neutralidad" o "enfoque diverso y multicultural". Gestos que pretenden celebrar la navidad sin celebrarla, marcar días que sí son importantes por motivos de tradición, cultura e historia, pero escamoteando ese significado cultural o simbólico. El lenguaje se enreda y enrevesa y parece que cada vez se hace más difícil el diálogo pues buscamos las palabras más ajustadas. Palabras que no hieran que respeten. Paradojas del lenguaje: palabras que no nombran o que nombran sin nombrar.
Si vamos a la raíz del asunto, la cosa es que la navidad o el solsticio tienen un sentido antropológico. Reina la oscuridad en estos días, al menos para occidente y la luz parece un bien preciado que hay que aprovechar. La naturaleza parece dormida. Todo termina, descansa, para empezar de nuevo. Ese sentido natural, casi antropológico, se ha visto después solapado por un nuevo significado religioso. El niño es la luz en medio de las tinieblas. La esperanza. Los niños de cada familia son, entre otras cosas, precisamente eso: esperanza. Confianza en que puedan vivir bien, en un mundo mejor que el nuestro. Cada nacimiento es también expresión de cierta confianza en el género humano. De ahí que, más allá de posicionamientos religiosos, el modo de felicitar (o de no hacerlo) es reflejo de una valoración última de la realidad, del mundo, de la vida.
Feliz realidad dice quien espera que la naturaleza rebrote. Que vuelvan las lluvias, por ejemplo, y la vida estalle en mil colores y sonidos. Quien desea que esa vuelta de la luz sea también un cambio, aunque sea minúsculo. Un tiempo para desear cambiar: los hay en todas las culturas y manifestados en diferentes ritos. La nieve quema en diciembre las mismas malas experiencias que el fuego de junio. Dejar atrás lo viejo y avanzar hacia lo nuevo. Sin embargo, felicita de un modo distinto, o no felicita directamente, quien sospecha que hablar de esperanza, felicidad, cambio o luz no es más que un manto de conceptos, una ilusión vital (acaso filosófica) que esconde por debajo una realidad cruel, dolorosa. Es absurdo desear felicidad o esperanza si se sabe de antemano que nada va a ser mejor. Que nada va a cambiar. Ser o no ser. Felicitar o no hacerlo. He ahí la cuestión. Un cúmulo de valoraciones metafísicas y antropológicas concentradas en unos días peculiares. Aquellos que rodean el tiempo en el que la luz empieza a ganarle la batalla a la oscuridad. Aunque solo vaya a ser durante seis meses.
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