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Gran Torino

Un gran coche: lo viejo y lo nuevo

Carátula de Gran TorinoEl gran torino es un coche muy antiguo. Y como todos los coches antiguos representa un componente de nostalgia, un deseo de conservar algo del pasado. Los tiempos de gloria en los que aquel coche dominaba la carretera. Conservar las cosas de un tiempo que se fue es una forma de intentar agarrarse desesperadamente al mismo, pero también de reconocer que quizás el presente no tenga ya demasiado aliciente, que no pueda ofrecernos motivos suficientemente fuertes como para vivir. Y esas viejas piezas, relucientes, recuerdan también aquello que se quiso ser, y que en algún punto del camino del tiempo se dejó de ser. Así se encuentra, en cierto modo, el protagonista de esta película: (sobre)viviendo sin saber muy bien por qué, en un mundo que ni entiende, ni puede ya compartir. Un tipo de esos en los que vivir significa fundamentalmente irse dejando morir lentamente. Un tipo bastante malhumorado, al que no le hubiera venido nada mal, hagamos un poco de propagando, haber leído en su día un poco de aquel texto de Cicerón que habla sobre la vejez.

Uno de los motivos de esta agonia es la transformación del mundo que le rodea. Que su barrio se haya convertido prácticamente en un gueto es lo de menos. Lo importante es que ha desaparecido toda una manera de entender la vida. Que hay actitudes y normas que antes se consideraban fundamentales, y que ahora están pisoteadas, silenciadas en un olvido incomprensible. La honestidad, el coraje, el esfuerzo se has desvanecido. Un sentido de la existencia un tanto marcial ha dado paso a una desintegración escandalosa. La pérdida de identidad de un barrio es también, a escala, la pérdida de identidad de un país. O al menos así parece pensarlo el protagonista de la película. Un rechazo inicial que se irá resquebrajando poco a poco, a medida que vaya conociendo cómo viven y piensan sus vecinos, que han llegado a un país con la intención de encontrar una vida mejor. Ese es el objetivo de la inmigración: progresar en lo personal. Sin connotaciones de signo cultural o político. La meta no es que las señas de identidad del país de acogida estallen en mil pedazos.

El choque cultural que nos presenta la película termina de una forma un tanto dramática. Por un lado parece apostar por la posibilidad de entendimiento. A medida que el dueño del gran torino entra en la vida de sus vecinos (o quzás habría que expresarlo al revés) se da cuenta de que el otro no es tan distinto como parece, y que la diversidad cultural es también una forma plural de expresar universales humanos. Pero hay también otra lectura: la violencia y la muerte como auténtico universal. La necesidad de matar o morir como única forma de defenderse y de afirmar el mantenimiento de esas normas y valores del viejo mundo. El sacrificio personal hasta sus más últimas consecuencias como única garantía de que la vida (la de los otros) sea posible. El final de la película se acerca casi a la religión: la frontera entre la vida y la muerte y la necesidad de que algo muera para que el resto siga viviendo. Gran torino nos habla de todas estas cosas y de alguna más y merece sin duda pasar una tarde disfrutando de esta historia de amistad, vejez, diversidad cultural y compromiso.