Abordábamos la semana pasada algunas de las ideas de la ética de Aristóteles. Una de ellas gira en torno a la virtud y el hábito. Nadie nace virtuoso y tampoco es fácil llegar a serlo. Alcanzar la virtud requiere del ejercicio y la práctica que contribuyan a la consolidación de un hábito. En fin que es el ensayo (y a menudo el error subisiguiente) el que consigue que, a la larga, seamos buenos seres humanos. Una consecuencia "lógica" de esta idea parece inmdiata: la felicidad queda muy alejada de la juventud. El joven no puede ser feliz por la sencilla razón de que carece de experiencia. El modelo de felicidad que nos ofrece Aristóteles requiere de una vida ya vivida, en cierto modo desarrollada. Excepto contadas excepciones que podrían discutirse individualmente, cabría decir que se trata de una felicidad al alcance sólo de la persona experimentada, madura, que ha pasado ya por las más variadas vicisitudes de la vida. Como si el paso de los años dejaran un poso de sabiduría no escrita que permite vivir con ciertas "garantías de felicidad".
Esta idea se encuentra en las antípodas de nuestra forma de vida. No se trata sólo de que la juventud se imponga estéticamente: ser joven, imitar a los jóvenes es uno de los principios del subconsciente colectivo. No sólo eso: se desconfía ante la madurez y el cumplir años y se denosta la vejez como una etapa de la vida insulsa, triste y vacía. El feliz y el virtuoso parece ser ahora el joven, mientras que la persona de edad (ya no quedan viejos en ninguna sociedad occidental, sería una falta de respeto) puede aspirar tan sólo a la melancolía o los viajes de ocio financiados por el erario público. La "disposición permanente a obrar bien" y el prudente como modelo de vida que aparecen en la Ética a Nicómaco, han dejado paso al deseo más o menos expreso del poeta: "Juventud, divino tesoro". Una pregunta al aire: ¿Qué cambios sociales y culturales se han producido en occidente para que se opere tal transformación"
Detrás de esta revolución se esconde una inversión de valores. La satisfacción de una vida completa, capaz de revisarse a sí misma con calma, no deja de ser, en cierto modo, una actividad intelectual, de disfrute dilatado en el tiempo y poco intenso. No se puede olvidar que la "plenitud" de la vida que se ha llevado de una manera virtuosa convive con la degradación del cuerpo, el dolor, al enfermedad y el achaque que, antes o después, abordan a todo ser humano. ¿Cómo llamar "feliz" la persona que sufre, por mucho que durante cuarenta o cincuenta años haya sido "buena", y siga siéndolo en la medida de sus posibilidades porque "las acciones virtuosas son agradables en sí mismas" (Aristóteles dixit)" La felicidad actual se mide mucho más en términos de placer, calibrado además por su intensidad y su proximidad temporal. El cuerpo convertido casi en tribunal desde el que desarrollar una ética del placer y del dolor. A partir de todo esto, ¿cómo valoramos hoy esa idea aristotélica según la cual la felicidad requiere de la experiencia y de la práctica" Hoy que nadie duda de equiparar juventud y felicidad, habría casi que plantear un interrogante opuesto: ¿qué felicidad le queda a quien ha superado los 60" ¿Y qué vigencia cabe atribuir a la ética de Aristóteles"
P.D: teniendo en cuenta lo anterior, no es de extrañar que un compañero de facultad dijera que la ètica de Aristóteles era una "ética de viejo".
- Comentarios bloqueados