La palabra cultura tiene tantos significados que nos permite jugar con ella hasta el punto de construir expresiones tan aparentemente contradictorias como la que da título a esta anotación. En uno de sus sentidos, la cultura es un compuesto complejo de tradiciones, costumbres, arte, leyes, formas de vida... Sus contornos son muy difusos y no es fácilmente definible, aunque sí pueden establecerse, por lo general, algunas características comunes. En otro de los sentidos, la cultura nos recuerda el cultivo y desarrollo personal, algo que podríamos llamar desarrollo de nuestras propias facultades, acercándonos a un modelo de ser humano. Así que nada impide pertenecer a una cultura, algo que prácticamente nos viene dado socialmente, con el cultivarse a uno mismo, con el "tener" o "no tener" cultura. Así que jugando un poco con la polisemia de la palabrita puede que no sea tan descabellado pensar que hoy vivimos en una especie de cultura de la incultura.
La expresión suena un tanto apocalíptica pero apunta precisamente hacia el cambio de calado que probablemente estamos viviendo en las últimas décadas. Ya no se trata sólo de un desprecio generalizado hacia el saber y hacia muchos de los valores que han venido representando ese "cultivo" del ser humano, sino principalmente de su sustitución por otras formas de vida, por nuevos valores que hasta ahora no ocupaban un lugar central de nuestra cultura. Estamos hablando de una cuestión de modelos y objetivos, donde los culpables no son sólo los medios de comunicación o la publicidad, sino todos los integrantes de una cultura que ha negado algunas de sus señas de identidad. El gran interrogante no es que muchos de los que se presentan como ídolos de nuestro tiempo sean artefactos televisivos, musicales o publicitarios, sino la ausencia generalizada de crítica hacia lo que descaradamente es una seria limitación de nuestras capacidades.
No quisiera que la anotación se interprete en tono apocalíptico: nadie está hablando de la disolución de occidente o del ocaso de nuestra sociedad. Crítica en vez de fin del mundo: la educación es adiestramiento, la libertad un mando a distancia, la igualdad un concepto ideológico que esconde discriminación y la democracia un juego de niños caprichosos ajenos al pueblo que dicen gobernar. El esfuerzo, la calidad y la excelencia despiertan recelo: sólo se admiran cuando provienen de otros países. Y en definitiva, si la incultura ha vencido a la cultura es por algo bien sencillo: no hay referentes que nos digan qué es y qué no es cultura, en qué consiste ese cuidado de sí mismo. El relativismo ha roto el sistema en mil pedazos y todo está sometido ya a la duda, sea sobre su verdad o sobre su legitimidad y validez. Hay un síntoma que puede convertirse en símbolo de todo este proceso: durante siglos ha habido una pregunta que representaba capacidad crítica, inquietud y curiosidad intelectual. Hoy es, la mayoría de las veces que se formula, símbolo de desafío y estupidez. La pregunta de la que hablo es una de las más antiguas de la humanidad, que ha trastocado sin embargo buena parte de su sentido: ¿Y por qué"
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