Si no teníamos bastante con esa gran mentira de que "una imagen vale más que mil palabras", el desarrollo tecnológico ha desatado unas consecuencias en lo relativo a la imagen que merece la pena comentar. Todo ello jalonado por 3 productos tencológicos que nos han facilitado mucho más la producción fotográfica: la cámara digital, la cámara integrada en el móvil, y la posibilidad de grabar vídeos con el mismo aparato. Con tan grandes maravillas, el coste de una fotografía se reduce prácticamente a cero: se gasta energía, sí, pero poca, y pese a toda la conciencia ecológica que se va extendiendo, no es una prioridad para nadie el pensar en la energía que se gasta para "inmortalizar" una imagen. Por mucho que haya escenas que no merecen el dichoso "click" de la cámara, pero eso es otro cantar. Vayamos entonces al grano: de tantas y tantas fotos que hacemos no todas merecen la pena y sin embargo muchas de ellas terminan poblando nuestros discos duros. Tenemos fotos absolutamente de todo, sin importar la calidad de las mismas, la importancia de lo fotografiado y sin importar si quiera si algún día tendremos tiempo de revisar tanta fotografía.
La imagen termina devaluándose. La técnica del revelado y su coste nos hacía pensarnos muy bien qué íbamos a fotografiar, cómo lo íbamos a hacer, etc. Nadie tiraba las fotos "por tirar". Hoy cualquier escena puede ser captada, cualquier fondo se puede considerar digno, porque basta con apretar un botón, porque no habrá un papel que soporte después la fotografía, convertida ahora en un arte efímero, casi tan efímero como la música: no es que la fotografía dure mientras se ejecuta, pero sí que algunas mueren a los pocos momentos de ser realizadas. No porque vayan a ser borradas, sino porque quizás nunca vuelvan a ser vistas. Fotografiarlo todo, estar en todas las ocasiones, que no se nos escape ni un momento. Todo esto se ha convertido casi en una obsesión, como si se quisiera fotografíar el tiempo, el transcurso de la vida que siempre será algo más vivo que la imagen "papelizada" o "pixelizada". Los móviles han llevado toda esta tendencia hasta el delirio y la saturación: en cuanto ocurre algo "anormal", distinto, no son pocos los que echan mano a su bolso, buscando esa metralleta capturadora de la nada en la que se han convertido mucho teléfonos.
Es innegable que de tanta cantidad también debería salir más calidad, pero dudo mucho que la opinión de los expertos vaya en esa dirección. La democratización de la producción icónica llevará aparejada inevitablemente su devaluación. El arte de la fotografía tiene necesariamente que verse amenazado por el intrusismo y por la urgencia del momento. Decir que cualquiera es ahora un artista o un periodista, capaz de atrapar con su cámara una imagen genial es casi lo mismo que decir que ya no hay artistas, que no existen periodistas ni imágenes geniales. El abuso de la cámara reproduce una tendencia que la tecnología infunde a menudo: la ausencia de límites, la destrucción de las fronteras y de las imposibilidades. Puedes fotografiarlo todo, absolutamente todo, de una forma sencilla y barata. Puedes llenarte de imágenes. Independientemente de su uso, utilidad, calidad, disfrute, significado. Nada importa. Sólo que hundas tu dedo en el botón. Llenémoslo todo de imágenes hasta que no quepan las palabras. Y tampoco las buenas imágenes.
Entradas relacionadas:
- Comentarios bloqueados