Colea desde hace años el tema de la mayoría de edad. En esta cuestión ocurre algo verdaderamente asombroso: los políticos lo utilizan de manera partidista y los grandes medios de comunicación lo presentan de una manera sensacionalista y alarmista. Lo nunca visto. Estando así las cosas, quizás tenga sentido arriar las velas y poner rumbo a las aguas filosóficas, donde los debates pueden igualmente ser tormentosos, pero logran cierto calado. Se trata, al menos, de aguas profundas, donde es posible navegar y fondear. Y es que a cualquier profesor de secundaria y también a los alumnos de Educación ético cívica se les viene a la cabeza, casi de inmediato, una célebre frase kantiana: "Ilustración es la salida del hombre de su autocupable minoría de edad”. A contraluz, Kant nos está diciendo que el rasgo característico de la Ilustración es la mayoría de edad. Un hombre ilustrado es aquel que puede ser calificado de mayor de edad. ¿Sencillo" Pues no. Resulta que lo complicado es fijar los criterios que ha de cumplir quien aspire a tal calificativo.
A primera vista, parece que hay una mayoría de edad natural: es mayor de edad la persona capaz de reproducirse. A tenor de esta idea naturalista, la maduración de los órganos sexuales serían más que suficiente como criterio de demarcación. El desarrollo psicosexual y la capacidad de responder de los propios actos debería ser el mínimo para los defensores de una visión más amplia. La próxima ley del aborto apunta en la primera dirección, suponiendo que una mujer de 16 años es "mayor de edad”, esto es, puede elegir. Puede decidir sobre su cuerpo y sus relaciones, pero no del todo: el consumo de según qué tipo de sustancias le está prohibido, así como otras intervenciones como puede ser colocarse un piercing. La mayoría de edad "natural” o "corporal” parece entonces no ser suficiente. La confusión lingüística nos da pistas: si se trata de abortar, hablamos de "mujeres”. Si se trata de desaparecidas o asesinadas, las denominamos "niñas”. En función de que empleemos uno u otro término estaremos denotando si consideramos que son o no mayores de edad. Incomprensiblemente el término adolescente parece olvidado, cuando quizás sería el adecuado: adoleciendo de muchas cosas, es propio del adolescente el exigir espacios de decisión propia, es decir, ir experimentando y probando en qué consiste la mayoría de edad.
A poco que nos fijemos, nos damos cuenta de que la disputa en torno a la mayoría de edad no ha de resolverse, en lo sustancial, en un terreno jurídico o penal. La palabra más repetida de las últimas líneas nos orienta en la dirección adecuada: decisión. Si de tomar decisiones se trata, hemos de situar la cuestión dentro de la moral. Y quizás no esté de más retomar la perspectiva kantiana: es mayor de edad aquel que es autónomo. La autonomía moral es la clave del asunto, que nos permite desligar el debate de penas, castigos o represiones. Si la capacidad de decidir por uno mismo es lo que nos hace mayores de edad, nos encontraremos con casos de adultos (muy adultos) que no deberían ser considerados mayores de edad. En el polo opuesto, habría también jóvenes y, por qué no adolescentes, que son capaces de decidir por sí mismos, antes de cumplir los 18 años. El enfoque moral oscurece el asunto, ya que no es posible fijar de una vez por todas una edad, un tiempo oportuno. Nos obliga a pensar en grados y casos, en actitudes. Algo que a la ley le resulta molesto, difícil. Sin embargo, deberíamos preguntarnos si es posible prescindir de la autonomía si queremos perfilar la mayoría de edad. Fundamentalmente por un motivo: porque la otra cara de la autonomía es la responsabilidad. Es mayor de edad el que responde de sus propios actos y decisiones: ¿es posible desarrollar el debate en términos políticos o jurídicos sin una previa caracterización moral"
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