Por desgracia estamos bastante acostumbrados a oir esta expresión. Como si nos bastara con el mundo físico, otros muchos vienen a acompañarlo y a ejercer una influencia muy notable en nuestros días. Una nueva metafísica viene a presentarse ante nuestros ojos, precisamente ahora que parecía que habíamos abandonado cualquier ímpetu especulativo alrededor de la realidad. Nos toca aprender que hay muchas realidades y que las que no se pueden tocar, ver o pesar, esas que peor encajan en los esquemas de las ciencias naturales, son tan importantes como las que en su día consagró el positivismo como "la" realidad. Toma nuevos bríos la idea marxista: la economía es la base de la vida del ser humano, y lo que nos pasa se explica principalmente desde las variables que nos proporciona esta disciplina. Y no hay manera de pensar esta realidad que no implique por una revisión de los conceptos metafísicos que se han venido utilizando a lo largo de la historia. Algo que no siempre se está haciendo, con las consecuencias que esto provoca en la marcha de las sociedades y las gentes de nuestros días.
Lo que ha dado en llamarse realidad económica marca también el debate político y se podría recuperar una vieja distinción metafísica que aparece en autores como Ortega y Russell: realismo e idealismo. Los gobernantes se empeñan en mostrar que la economía está constituida como una realidad objetiva. Los números son los que son, y no se pueden cambiar al antojo de cada cual. Existen condiciones sólidas, independientes de la voluntad del ser humano que tienen sus propias leyes de funcionamiento. Si la realidad económica es similar a la naturaleza, no nos queda otra que acatar los descubrimientos y las propuestas que vengan de esta disciplina. Negar una cifra de paro o deuda pública vendría a ser un ejercicio voluntarista que nos nos conduce a ninguna parte. Idea contraria a la que se presenta desde lo que podríamos llamar el idealismo: la economía la hacemos nosotros. Somos capaces de decidir qué economía queremos y esto es una forma de concretar también qué sociedad queremos. No hay mecanismos o leyes independientes de seres humanos que, a fin de cuentas, son los que producen y venden mercancías y servicios. La consecuencia es directa: si estamos mal es porque los que pueden cambiar el rumbo no lo hacen, por la sencilla razón de que no les interesa.
No sé si será posible plantear una solución desde la propia filosofía orteguiana: la realidad económica no se puede fundar tan sólo en un presunto mundo exterior que maneja los hilos de nuestras vidas y que aplicando sus propios mecanismos construye (o destruye) las vidas de millones de seres humanos. Pero tampoco parece muy plausible negar que las consecuencias del comercio sean algo modificable a voluntad, o que pueda uno prescindir de los datos económicos que le rodean, y vivir como si estos no existieran. La economía no puede ser objetiva ni tampoco subjetiva. Es un asunto relacional como lo muestra cualquier acuerdo, venta o intercambio. Que la economía sea intersubjetiva nos sitúa ante una realidad bien peculiar: no depende de algo independiente del sujeto, pero tampoco de la voluntad de este. Hay un nosotros que proporciona un tono general a la economía, y que no es modificable a voluntad. La metafísica económica nos obliga a pensar una realidad cuya consistencia y manejabilidad varía en función de cada contexto. Una visión de la realidad para la que la propia economía no tiene todas las respuestas, condenándonos quizás a que nos hagan elegir entre la visión realista y la idealista, que produce más réditos políticos, sin que lleguemos a comprender del todo los procesos en que estamos inmersos.
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