
De manera inmediata me viene a la cabeza la imagen de los deportistas: su reacción ante la derrota es similar a las de los niños: abatidos se tapan el rostro o tratan de disimular o cubrir las lágrimas que corren por sus rostros. En otros muchos ámbitos, sin embargo, la vergüenza está de capa caida. La justificación, la excursa y el mirar para el otro lado es la práctica habitual. Quizás sea esta una de la mayores enseñanzas que el hipócrita mundo de algunos adultos ha de transmitir a la infancia: "tú, hijo mío, con la cabeza bien alta". Y así aprendemos todos a escamotear de una otra forma la parte que debería correspondernos. Llevamos varios meses oyendo hablar de diferentes casos de corrupción política: algunos de los implicados han abandonado sus cargos. Otros, no se avergüenzan de la acusación y mantienen su inocencia. La razón es siempre la misma: la maledicencia no puede ser el timón que marque el rumbo de la política. De acuerdo, esperemos un plazo prudencial. Al finalizar el proceso, debería llegar el momento de repartir vergüenzas y culpas: políticos, periodistas o jueces deberían tomar una decisión. Por una cuestión de honestidad.
Frente a la vergüenza pública siempre existen soluciones: chivos expiatorios o grandes actos sociales de reconciliación. Es decir: lo que el lenguaje popular denomina "lavar la cara" de alguien. Veremos a los políticos subsanar su error con medidas populistas, a los jueces admitir defectos de forma y a los periodistas que alimentan el fuego decir que las fuentes fallaron. Ninguno de ellos será culpable de nada, nadie tendrá nada que explicar. No habrá ningún motivo para la vergüenza, porque vivimos en una sociedad en la que las decisiones públicas se toman con absoluta transparencia, la separación de poderes se respeta y la prensa escrita demuestra un altísimo nivel de capacidad crítica. De las más altas esferas, a la calle: nadie se avergüenza ya de tirar papeles a la calle o de no cumplir con las obligaciones más elementales en el ámbito laboral: tanto es así que a menudo los que menos hacen son los que más protestan. Los que mejor aprendieron a no taparse la cara y a ir por la vida con la cabeza bien alta. Ciertamente, la vergüenza parece un sentimiento abolido en las sociedades actuales.
P.D: fuente original de la imagen.
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Canción con canción se paga, aunque no sea operística... eso sí, como sé que eres guitarrero puedes animarte a tocarla en casa ;)