Por mucho que les duela a la clase política, los acontecimientos "planetarios" de cada año no suelen ser las elecciones, ni las decisiones de los gobernantes. A juzgar por la expectación levantada y los millones de telespectadores, parece claro que los eventos deportivos ocupan uno de los primeros lugares: olimpiadas, mundiales o grandes competiciones como el Tour de Francia son retransmitidos a una mayoría de países. Algunas de las consecuencias de esta "masificación" fue abordada ya por Ortega en La rebelión de las masas. La reacción natural ante las audiencias milmillonarias es, como poco, el anodadamiento: no se puede por menos que sentirse una "nadería". Por si esto fuera poco, no solemos reparar en que muchas naderías pueden llegar a formar mayorías, incluso más amplias que les que votan, ven partidos por la tele o viven pendientes del final de su culebrón favorito.
La cosa no es tan difícil: cuando los resultados de audiencia nos apabullan es porque nunca ofrecen las no audiencias. Si tal partido de fútbol fue seguido por quince millones, significa que había unos treinta, el doble, que no lo estaban viendo. Si sumamos las audiencias de todos los canales de televisión, podría decirse que más o menos hay entre veinte y veinticinco millones de personas que suelen sentarse ante su pantalla todas las noches. Leyéndolo de otra manera: en nuestro país hay unos veinte millones de personas que no ven la tele por la noche. Todo un descubrimiento. Qué hacen, qué piensan y cómo viven estas personas, nadie lo sabe, es una incógnita. Lo de la tele es una bobada comparado con las elecciones: si la tasa de participación ronda el 65% (cifra habitual en las generales), significa que aquellos que no han acudido a las urnas podrían acumular un porcentaje de votos ligeramente inferior que el de los grandes partidos. Algo que ningún lider político quiere comentar nunca: ¿Por qué hay millones de votantes que parecen no confiar en el sistema"
Nunca se me ocurriría poner en cuestión la existencia del hombre-masa que tan magistralmente describió Ortega, adelántandose varias décadas a su tiempo. Pero sí quisiera orientar la reflexión hacia el hombre que no desprecia la masa, pero tampoco se identifica ni se funde con la misma. El hombre-nada puede ser tan numeroso e influyente como el hombre-masa, pese a su tendencia a ser esquivo en las grandes estadísticas sociales. Muchos análisis de la democracia y otras tantas decisiones suelen tomarse sin tener en cuenta a este gran grupo de indefinidos. Hablar de gobierno del pueblo cuando un tercio del mismo no quiere participar en las decisiones debería resultarnos inquietante. No pretendo ningún tipo de superioridad moral o intelectual del hombre-nada sobre el hombre-masa. Pero sí que me atrevo a sugerir que son los grandes medios de comunicación los que crean la realidad, los que dan visibilidad a los grupos sociales y que esta construcción social no es neutral ni desinteresada. Los lobbys que tanta fuerza ejercen en algunas democracias podrían perder su influencia y las retransmisiones deportivas mundiales no son, a nivel global, mayoritarias: ¿Qué ocurre con esos 3000 millones de seres humanos que viven sin enterarse de lo que son las Olimpiadas" Por lo visto, a nadie le interesa.
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