Desde que el hombre es hombre, la política se viene haciendo con globos sonda. Ahora son modernos: aparecen en los grandes medios de comunicación, y se dispersan en Internet como la pólvora. No hace mucho se hacía lo mismo con una estrategia que paradójicamente desprecian los grandes articuladores del chismorreo. En otras palabras, antes se usaba el rumor: Te cuento una cosa para ver qué dicen por ahí. Uno de los últimos que ha surgido en España es la propuesta del ministro de educación de prolongar la edad de escolaridad obligatoria hasta los 18 años, siguiendo así el ejemplo de algunos países que ya han adoptado esta medida. A bote pronto, no son pocos los que se dejan llevar por una inercia optimista: prolongar la escolaridad obligatoria es sinónimo de tener una sociedad más formada, con un mayor índice de población titulada y especializada. Siendo así, todo serían bondades y podríamos entusiarmarnos con la idea: si queremos formación total, obligatoriedad hasta los 21. ¿Por qué no"
Cualquiera que haya pisado un instituto sabe que esto no es así. La determinación de la edad de escolarización obligatoria no fija límites de máximos, es decir, no se establece pensando en aquellos alumnos que van avanzando con normalidad en sus estudios. Por el contrario, es un límite para los alumnos que forman parte del grupo que suele denominarse "fracaso escolar". Y es chocante que desde el ministerio se lance el globo sonda de los 18 cuando la enseñanza obigatoria hasta los 16 es un principio formal que no se ha terminado de implantar en nuestro país. En muchos centros hay un nutrido grupo de alumnos absentistas: sus familias cobran las subvenciones y becas correspondientes y estos alumnos ocupan sólo de manera ocasional su silla y su mesa. La administración tiene una solución muy a la altura de quien la ideó: la comisión de absentismo. Los trámites burocráticos, los papeleos y los plazos son tan dilatados que los alumnos saben que no hay manera de atajar el asunto. Sencillamente: se ríen de la administración y de la sociedad en general.
Junto al grupo de los absentistas, habría que considerar a aquellos que están escolarizados hasta los 16 sin lograr ningún tipo de aprovechamiento. La obligatoriedad de la enseñanza no se puede limitar a un estar apático e indiferente, que a menudo muestra desprecio hacia el profesorado y hacia sus propios compañeros. Se trata de alumnos que por circunstancias sociales, culturales, económicas o psicológicas no pueden seguir el ritmo de los demás. Las medidas de "integración" (palabra que encanta a los responsables educativos) se limitan a darles, en el mejor de los casos, cuatro horas de lengua y otras tantas de matemáticas. Las 22 horas restantes, deambulan por el centro, perdidos y sin comprender por qué les cuentan a ellos las historias que los profesores tratan de transmitir. Las medidas de atención a la diversidad son claramente insuficientes: la administración lo sabe, los profesores lo sabemos y a los responsables de estos alumnos no les preocupa demasiado. La institución educativa genera carne de cañón para el día de mañana. Y muchos miran para otro lado. Proponer la enseñanza hasta los 18 cuando estamos como estamos sólo puede ser comprendido como un gran sarcasmo educativo. A mí se me ocurre un motivo para tal propuesta: quienes la disparan a la sociedad ni tienen este tipo de problemáticas, ni se ven afectados por ellas, ni tienen intención de solucionarlas. La enseñanza hasta los 16 de calidad implicaría más inversión en recursos humanos, así como un sistema más flexible y adaptado. En lo que eso llega, cualquier otra divagación no es más que un ejercicio de hipocresía social y educativa.
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