No ha habido una sola etapa en la historia de la filosofía en la que de una forma más o menos indirecta se haya dejado de presentar el mayor de los interrogantes filosóficos: ¿Quién soy yo" Algunas de sus formulaciones más populares: "conócete a ti mismo", el interrogante agustiniano, la conciencia como centro de reflexión en Descartes, el qué es el hombre como pregunta fundamental en Kant o el existencialismo como manifestación de la preocupación alrededor de la vida humana. Desde múltiples perspectivas y en tiempos dispares, el ser humano es el gran misterio para sí mismo. No faltan quienes afirman que responder esta pregunta es tarea de toda una vida: un aprendizaje construido sobre la experiencia y la vivencia personal. El tiempo nos da una identidad y nos vamos haciendo en su transcurso. El ser de cada uno de nosotros es un largo proceso: somos un guiso de fuego lento, en el que muchos son los ingredientes. Nos cocinamos en nuestro propio jugo, pero también nos cocinan. Y para muestra, un par botones tomados de la calle y las nuevas tecnologías.
En la tele hay un tema recurrente: Belén Esteban y su nueva cara. No me interesa el desprecio hacia estos asuntos que viene de un sector pseudointelectual de la sociedad: me interesa, y mucho, lo que subyace debajo de este tipo de noticias. Nueva cara, nueva vida. ¿Quiénes somos", se preguntan los filósofos. Somos un rostro. Primordial y fundamentalmente somos una apariencia, una cara que nos dota de identidad. Es casi obligatorio mantener viva la crítica al culto al cuerpo. Pero, ¿acaso podríamos vivir sin cara" ¿Seríamos distintos si mañana nos levantamos y son otros nuestros rasgos faciales" Cuidado con caer en rechazos absolutos: la necesidad de un cuerpo y una cara, su función como soporte del quién de cada uno de nosotros, es innegable. Ahí está la cirujía reconstructiva de cara, que tanta polémica provocó hace unos meses. La cara es el espejo del alma. Somos mucho más que una cara o un cuerpo, pero necesitamos que ambos nos soporten, que vehiculen y articulen nuestro ser.
Neguemos ahora esta tesis: no somos la cara. Ni el cuerpo. Ni la apariencia. Nuestra mirada oculta lo que nos pasa: la procesión de la vida va por dentro. El sufrimiento y la alegría, la tristeza o la ilusión que mira al futuro. No somos sólo una identidad física: somos intimidad. El dentro-fuera nos puede servir: lo que cada uno de nosotros es va mucho más allá de la imagen. Podemos cambiar de cara, pintárnosla o cambiar nuestro peinado: seguiremos siendo nosotros. Nadie puede nunca huir de si mismo. Somos lo que hacemos, las personas que amamos, aquello que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo. Somos vida privada que se guarda por detrás de un rostro desgastado por el cuerpo a cuerpo de cada día. Somos lo que nuestra cara esconde. Esa verdad escondida, íntima y privada es casualmente desnudada en los tiempos de las nuevas tecnologías: el exhibiciosnismo de ir a la tele a contar las miserias propias o ajenas está ya siendo superado. Ahora una buena parte de esa intimidad está públicamente accesible en Facebook, Tuenti u otros tantos servicios de la web. Las nuevas tecnologías configuran también nuestro ser. ¿Cómo afectan a la pregunta que lanzamos hoy" El tiempo lo dirá. De momento, el fundador de Facebook ya ha hecho desaparecer unas cuantas fotos de su cuenta. ¿Seremos en unos pocos años un sencillo perfil virtual" ¿Dónde está lo que nos define en la era de las TIC"
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