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Tiempo de sentimientos

¿Pueden los sentimientos justificar una opción política o sexual?

Probablemente sea una reacción al racionalismo y una de las señas de identidad de eso que llamamos posmodernidad. Me estoy refiriendo a la asunción de los sentimientos como criterio decisivo, como uno de los máximos valores a tener en cuenta y considerar en todos los ámbitos de la vida. Las llamadas a respetar los sentimientos del otro se complementan con una incitación permanente a ponernos en su lugar, a compartir esos sentimientos. Es una de más de las contradicciones de nuestro tiempo: precisamente cuando nada vale, los sentimientos pasan a considerarse absoluto. Todo ello aderezado por una gran dificultad: no está nada claro qué es eso del sentimiento ni qué abarca. De forma que termina valiendo igual para un roto que para un descosido. El sentimiento lo inunda todo. Siendo además respuesta al racionalismo, se ha olvidado el sentimiento de incluirlo: la crítica a la separación entre razón y pasiones parece resolverse con una acentuación de la misma, pero con un cambio de bando innegable. La razón es cosa del pasado, porque ahora el sentimiento manda. Sin pararnos a pensar, porque eso está prohibido, qué es un sentimiento o cuántos existen.

 

Me da que pensar que todo sean sentimientos. En los últimos meses se ha convertido en un dogma el tema del sentimiento político. Resulta que ahora hay sentimientos asociados a nacionalidades, cosa que me resulta difícil de comprender. Se es más francés, quizás, cuanto más queso se come o cuanto más se disfruta paseando a orillas del Sena. Tendía yo a pensar, antes de semejante descubrimiento, que los sentimientos son algo bastante más básico que todo eso. Que hay alegría y tristeza, inquietud, espera... y otros tantos. Pero ahora ya no basta con eso. En la época de la deconstrucción somos capaces de reconstruir sentimientos nacionales que sirven para reivindicar cosas. Y querer poner orden en los sentimientos es complicado: tan legítimo es que alguien se sienta "nacional" como "autonómico", o "rural" o "urbanita". Podemos pedir la independencia y la singularidad política de tal o cual localidad, por pequeña que sea, porque elaboramos el discurso político en función de sentimientos. Algo que puede desencadenar un auténtico caos. Habría, más bien, que agitar menos sentimientos y más argumentos que todos puedan discutir. El sentimiento es lo particular, lo subjetivo. Ignoro qué sea sentirse español, canadiense, norteamericano o inglés. Sé que hay razones (históricas) para que los países sean como son hoy, y también sé que hay motivos para cambiarlos, pues los países no son esencias. Discutamos entonces, pero no con sentimientos.

 

No es éste el único terreno en el que los sentimientos imperan. Son ya varios cursos en los que se problematiza en clase la cuestión del género y del movimiento LGBT. Entre otras cosas, sale la pregunta de cómo organizar las diferentes identidades. Una de las propuestas más habituales es aferrarse al sentimiento. Cada cual puede elegir la identidad que desee, se dice, y la sociedad no debe orientar ni determinar de un modo binaria la multiplicidad y riqueza de opciones. Sea. Pero asociado a esta libertad emerge como criterio último el sentimiento: cada cual tendrá la identidad que sienta. Mi perplejidad personal emula a la de la política: no sé en qué consiste "sentirse hombre" o "sentirse mujer". Sé lo que es el cansancio, la euforia y el entusiasmo. Sé lo que es la decepción. Supongo que mis "experiencias sentimentales" serán similares a las del resto de los mortales pero ninguna de ellas incluye sentimientos relacionados con la política, la identidad de género o la profesión. Si vamos al caso particular: no sé qué es sentirse hombre, ni español, ni profesor. Somos multitud de cosas que no son sentimientos y este equívoco del lenguaje, acaso manipulación, no contribuye a arrojar luz sobre problemas que podrán o no ser legítimos, pero que deberían plantearse a través de otros discursos, en otros terrenos del lenguaje.