La Historia (así, con mayúscula) es entonces el devenir del poder, y en eso parecen andar metidos nuestros dirigentes. Cuánto hablan de la ciudadanía, de lo mucho que se interesan por nosotros y nuestros intereses, pero qué pronto asoma su verdadera visión: más de seis mil millones de seres humanos importan un carajo, en comparación con la coincidencia del señor X y el señor Y en sendos puestos de poder. Fue curiosamente Marx (algunos le indentifican aún como el fundador del socialismo, paradojas del destino) el que propuso invertir la visión de la historia: es un juego de poder, desde luego, pero no tiene lulgar en el terreno de las ideas, de la nobleza o de los partidos políticos, sino en el terreno económico. La visión marxista de la historia creó escuela: no son pocos los historiadores que se han fijado no en los gobernantes, sino en los gobernados. Cómo viven, cuánto trabajan, qué comen, cuánto viven. Estos son los indicadores verdaderamente relevantes de la historia, y no si ocupa tal o cual palacio fulatino o menganito. La historia de nuestro tiempo se escribiría, entonces, a partir del euribor, del P.I.B., del I.P.C., la renta per cápita, o las estadísticas del paro. Todo ello sin olvidar las cifras de hambre en el mundo que, esas sí, son planetarias.
Más cercana a lo cotidiano está la propuesta unamuniana de la intrahistoria. Quizás con menos pretensiones filosóficas que el marxismo y desde una óptica literaria, Unamuno propone que todos hacemos la historia y que no existe una Historia que no incluya "nuestra historia", lo que nos pasa, los pequeños detalles de la vida diaria, de todos los que jamás estaremos al frente de ministerios o gobiernos. El acontecimiento planetario no es tal. La exclusividad u originalidad del momento queda repartida a lo largo de un tiempo de miles de años, poblado por miles de millones de voces calladas, a las que el poder jamás escuchó. Contar su vida es la misión de esta intrahistoria, en muchos sentidos más auténtica que ese viejo teatro del mundo en el que juegan su papel reyes y presidentes. Marx, Unamuno, Kant, Hegel... y de fondo toda una sociedad, que respalda y alienta al sistema político que lo gobierna. Porque hay un dato que no se puede olvidar: cuando cambian los ministros y los gobiernos, hay muchos millones de ciudadanos que cumplen con sus obligaciones laborales, que sustentan el sistema económico y que son los que, les guste o no a los políticos, dan el tono moral, político y cultural a un país. Nunca se ha paralizado ni un sólo centro educativo por el cambio ministerial o por unas elecciones, y lo mismo ocurre en empresas, hospitales y fábricas. Nosotros producimos, pagamos y votamos. Ellos son, en cambio, los protagonistas de la historia. Al menos así lo ven algunos responsables de nuestro país. ¿Alguien puede ayudarnos a definir la historia" ¿Quiénes son sus protagonistas" ¿Qué es un acontecimiento histórico"
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