
En el último artículo que he leido (¿Qué nos hace tomar decisiones"), publicado en XLsemanal el día 2 de diciembre, pone el ejemplo del juego del ultimátum, y trata de explicar cómo es posible que, frente al propio interés que predice la economía, el ser humano está dispuesto a sacrificar un posible beneficio si lo considera injusto (es decir, a veces actuamos en función de nuestras valoraciones morales). A continuación afirma Punset: "De ahí a sugerir que existe un programa moral innato no hay más que un paso que muchos científicos están ya dando". El intento de "naturalizar" o "biologizar" la moral es ya conocido: ahí está el gen egoísta de Richard Dawkins. Pero resulta una falta de rigor muy sospechosa que Punset quiera ver en la elección de un ser humano adulto la expresión de "un programa moral innato". Olvida el señor Punset años y años de educación, tanto formal como no formal. La moral puede tener bases biológicas, desde luego, pero eso no implica que la familia, la sociedad y la cultura en que el individuo se desarrolla tienen mucho que decir al respecto. Algo que sí ha probado la neurobiología: las experiencias que vivimos modelan y troquelan también nuestro cerebro. Son siglos de civilización, de educación, de productos culturales que pueden dejarse de lado desde ese positivismo (probablemente tan bienintencionado como ingenuo) que está tan de moda y se publica en los medios.
La fe en la ciencia llevada al extremo conlleva también sus peligros. Los propios científicos lo saben y lo predican, aunque no sé sin con un pleno convencimiento. El integrismo cientificista que acompaña a todo positivismo termina triunfando, se están dejando de lado reflexiones de importantes científicos, como las del mismísimo Einstein, o de filósofos como Popper. De manera que aunque no sea políticamente correcto y me arriesgue a llevarme una reprimenda por parte de los millones de seguidores de Redes y de Punset, creo que ya va siendo hora de sacar este tipo de cuestiones a debate. Hace décadas que en filosofía sabemos que la ciencia no tiene la última palabra sobre todas las cuestiones. Lo saben los filósofos y los científicos. Desmontar el mito de la ciencia (y por qué no, valorar las disciplinas que no son científicas) es uno de los mejores favores que podemos hacerle. Y no estaría de más que Punset, desde su posición de privilegio y responsabilidad, diera un paso adelante en este sentido.
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