
El escepticismo fue una actitud muy sana en la atigüedad, una respuesta necesaria al dogmatismo filosófico, religioso y científico. Servía, por así decirlo, para rebajarle los humos, cortarle las alas. El problema es que hoy se ha pasado de la raya: pensemos por un momento en las clásicas preguntas filosóficas. ¿Cuál es el sentido de la vida" ¿Qué es la realidad" ¿Qué es el ser humano" ¿Existe Dios" ¿Cómo debemos comportarnos" ¿Qué podemos conocer" Antropología filosófica, ética, metafísica, teoría del conocimiento, teología natural... Cualquiera de estas preguntas despierta en el lector, seguramente, una especie de hartura, un cansancio teórico, que se puede expresar prefectamente en el resoplido de agobio e indiferencia que a menudo sigue a estas preguntas. Es probable que un altísimo porcentaje de la población (y una aplastante mayoría de filósofos "profesionales") no cree en la posibilidad de que cualquiera de esas preguntas puedan encontrar una respuesta compartible por todos, es decir, que no hay verdades en esos terrenos. Para qué preguntarse por la ética, se podría argumentar, si hay verdades éticas universales. Para qué perder el tiempo pensando sobre Dios, si como decía Protágoras nos lo impiden la oscuridad de la cuestión y la brevedad de la vida.
Total, que de tan escépticos que somos se hace realmente difícil encontrar una sola pregunta filosófica que podamos abordar con unas mínimas garantías. La disciplina que aspira a la verdad sin límites ni circunscripciones no encaja muy bien con unos tiempos en los que se niega su existencia. Es verdad que la etimología de escepticismo nos remite a ese "mirar con cuidado" al que se aludía antes, pero da la sensación de que hoy el escepticismo mirase casi de un modo dogmático, convencido con absoluta certeza de que lo que honestamente se presenta como verdad no es más que un embuste. Mirar con desprecio, por encima del hombro, con superioridad, con la malicia de quien piensa "criaturita, todavía es tan ingenuo que cree en la existencia de la verdad". Esa es, a menudo, la mirada de los escépticos que de tanto predicamento gozan en nuestros días. Una postura intelectual muy a la moda, muy de nuestros días, pero improductiva. Algo que por repetido y extendido se ha convertido en una verdad inamovible e incuestionable, bajo pena de ser desterrado del reino filosófico. Más que una postura, una impostura intelectual entre otras cosas porque no se puede escribir mucho desde el escepticismo. Es imposible crear algo valioso cuando no se cree en la existencia del valor y se vive convencido de que la tarea de uno es buscar los puntos débiles del interlocutor. ¿Acaso no puede este escepticismo dominante acabar con la filosofía" ¿Queda alguna pregunta que se libre de la mirada del escéptico"
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