Todos los implicados en el sistema educativo vivimos en cierta forma dejándonos llevar por la intuición tan elemental como contundente de que aprender merece la pena. Sólo cuando se plantean interrogantes tan aparentemente insulsos como el que titula esta anotación empiezan a surgir las divergencias. Y es que el para qué de un sistema público de enseñanza puede tener varias lecturas, entre las cuales quisiera destacar al menos dos: la del político o el gestor educativo y la de cierto grupo de profesores (ojalás fueran la mayoría). La cuestión me viene sugerida porque en menos de siete días he escuchado a dos políticos/gestores/responsables educativos que defendían la necesidad de complementar el sistema educativo y el mercado laboral. Y es que desde un punto de vista político, económico y social, todo sistema educativo tiene una función bien clara: preparar a los trabajadores del mañana.
Se dice que según algunos estudios los puestos de trabajo creados en el espacio de la Unión Europea dentro de 10 o 15 años requerirán una alta cualificación, de manera que sólo el 10% de los mismos podrán cubrirse por trabajadores que no tengan los estudios más elementales. La conclusión de los responsables educativos es inmediata: hay que reducir el fracaso escolar para igualarlo a ese 10% y en consecuencia toda la población pueda encontrar su hueco en el mercado laboral. Si no fuera un argumento corriente, lo menos que se puede denunciar del mismo es su cinismo. ¿Qué ocurriría en una sociedad que exija menos formación" ¿Sería el fracaso escolar un problema o una solución" A veces da la sensación de que los tecnócratas jugaran con los porcentajes sociales como quien aprende a patinar: lo importante es mantener el equilibrio. ¿Es aceptable esta cortedad de miras, aún reconociendo el loable esfuerzo para que todo ciudadano pueda obtener un puesto de trabajo, algo que se puede considerar condición indispensable de todo sistema educativo"
Una respuesta bien distinta ofrecería sin duda un profesor. Al menos en la enseñanza secundaria y el bachillerato, no educamos para formar trabajadores, para dar una oportunidad-basura en la sociedad del consumo. Creo que muchos estarán de acuerdo conmigo: debajo de la tarea educativa del profesor late un optimista impulso humanizador. Igual da que enseñemos humanidades o ciencias: estamos convencidos de que esos contenidos que transmitimos contribuyen a hacernos seres humanos en un sentido más completo de la palabra. Ser profesor es creer en la Ilustración, en la capacidad revolucionaria del saber y la cultura. Necesitamos encontrar un trabajo, pero también necesitamos una inquietud que prolongar y reforzar cuando salimos del mismo, un espacio para realizarnos. Y la cultura, el arte, la ciencia, la literatura... pueden ser modos válidos de llenar ese espacio, de hacernos mejores personas. No creo que ningún profesor pudiera sentirse satisfecho con esa respuesta tacaña, según la cual nuestra tarea en la enseñanza secundaria consiste en preparar a los alumnos para el mercado laboral o, dicho de forma negativa, en expulsar del sistema a aquellos que han de ocupar el 10% de puestos de trabajo que exigirán una cualificación cero. Educar, lo sepan los políticos o no, es otra cosa. ¿Qué pensarían los alumnos al respecto" ¿Y las famililas"
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