Los rumores sobre el próximo concierto educativo del bachillerato se llevan oyendo varios años en la enseñanza. Los mentideros educativos dicen que se sabe incluso de dónde va a salir el dinero y que el acuerdo con los sindicatos de la concertada es total, mientras que estaría pendiente el "espinoso" asunto de irle con el cuento a los sindicatos que representan y defienden la enseñanza pública. Los más enterados cifran en el año 2011 el acuerdo. Lo que para unos significa un paso lógico en la evolución de la política educativa, representa para otros una auténtica amenaza. ¿Por qué no habría de concertarse el bachillerato teniendo en cuenta que ya se ha concertado el resto de etapas" A esta pregunta, se puede responder "a la gallega", con otra: ¿Por qué el estado ha de dar dinero a una entidad privada por un servicio social necesario que puede prestar a través de su red de centros y profesores" Una cuestión que no nos suele resultar tan molesta, por ejemplo, cuando se trata de reducir las listas de espera y nosotros o cualquiera de nuestros familiares es operado con fondos públicos en un hospital privado. Pero centrémonos en el tema de hoy: el concierto del bachillerato.
Cabe enfocar el asunto del concierto desde diferentes puntos de vista. Para empezar habría que preguntar a muchos profesores de centros públicos por qué rechazan que se culmine un proceso que comenzó hace más de una década con el gobierno socialista y después fue continuado con el popular. El concierto no es un tema sólo de derechas e izquierdas: si la constitución reconoce la libertad de enseñanza, y establece al estado como garante, hemos de entender que la pluralidad de centros y orientaciones ha de ser posible en nuestro país. Si a esto le añadimos las cifras que suelen circular de gasto por alumno en la pública y la concertada el asunto parece decantarse en favor del concierto. No sólo eso: el profesorado de la enseñanza pública debería entender el concierto no como una amenaza, sino como un estímulo. Si de verdad estamos convencidos de la calidad del sistema público de enseñanza no deberíamos temer el concierto del bachiller: aumentar la competencia es una forma de mejorar el sistema en su conjunto y no cabe esgrimir el argumento que hace referencia a la conflictividad o la "calidad" del alumnado.
Sin embargo, también es posible fijar algunas objeciones al concierto. Se suele apelar a las condiciones en las que se firmaron los primeros conciertos educativos: en los años ochenta el estado no podía asumir "de golpe" la cantidad de alumnos que tenían derecho a una educación gratuita. Sin embargo, más de veinte años después las circunstancias demográficas son bien distintas: los años con el mayor descenso en el bachillerato están precisamente comenzando en este curso, y se va a sufrir la parte más baja de la curva demográfica. ¿Tiene sentido firmar un concierto en estas condiciones" ¿Acaso no es una forma de arrastrar y perpetuar las desigualdades de alumnado que existen en la base entre la enseñanza pública y la concertada" La libertad de elección que la constitución reconoce, ¿queda suficientemente garantizada con una red pública de enseñanza o es necesario que un concierto educativo preserve esa libertad con la inesperada consecuencia de borrar la identidad de los centros que se acogen al concierto" Entre estos interrogantes, emerge una oposición clásica al hablar de los servicios públicos: las condiciones laborales de los profesores de la concertada son una de las claves que explican la eficacia y la rentabilidad económica de estos centros desde un punto de vista puramente administrativo. ¿Queremos preservar lo público aún a riesgo de ser ineficaces o preferimos emplear bien el dinero público y buscar una gestión eficaz del mismo" Una cuestión esencial para posicionarse frente al próximo concierto del bachillerato.
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