La situación es más seria de lo que puede parecer en un primer momento: puede que los profesores que no hemos sufrido esa reducción estemos confiados y despreocupados, lo cual sería un grave error. En su página web informan de proyectos como el de la comunidad andaluza, que prevé reducir el número de departamentos de los centros educativos. Con todos estos datos encima de la mesa, creo que el problema lo tenemos en casa: más allá de lo que Bolonia pueda significar en lo referente a la enseñanza de la filosofía (y por ende del pensamiento crítico) parece claro que hay diversos gobiernos autonómicos que no valoran demasiado nuestra disciplina. Los desarrollos curriculares y las asignaciones horarias no pueden estar expuestas a las filias y fobias personales o a las políticas de partido. Estos cambios legislativos desorientan y hacen daño a la sociedad. Mientras se juega con dar la ciudadanía en inglés se quitan horas a la filosofía del bachiller y se debilitan sus asignaturas optativas. ¿Debemos tranquilizarnos los profesores que no sufrimos esta situación por el mero hecho de no tener una lengua autonómica adicional" El panorama sigue siendo preocupante, por mucho que aparentemente se hayan acallado las protestas y las movilizaciones.
No se trata de un problema de solidaridad con los compañeros valencianos. Se trata de la fragmentación del sistema educativo en diecisiete sistemas distintos, lo que hace imposible la representatividad de colectivos. El profesorado tiende a sentirse ajeno a los problemas de otras comunidades: las asociaciones de índole nacional se han desdibujado y la defensa de la filosofía se ha visto abandonada a lo que con mejor o peor intención, con mayor o menor acierto, se ha intentado movilizar desde cada comunidad autónoma. ¿Qué valor le daría el gobierno valenciano a un pronunciamiento de la Sociedad Gallega de Filosofía" La respuesta parece inmediata: ninguno. Movilizaciones quedan, pero sueltas: los compañeros de Madrid continúan con la Plataforma en defensa de la filosofía y la Educación pública. La fuerza del sistema actual reside en la debilitación de cualquier movimiento reivindicativo, que se ve condenado a lograr una repercusión muy escasa. Así avanzan nuevas leyes, se implantan nuevos currículums, con un diálogo social prácticamente inexistente, y sin que nadie, exceptuando algunos profesores, se atreva a levantar la palabra. Estos que protestan son los necesarios. Habrá que ver hasta dónde alcanza su capacidad de maniobra. ¿Cómo defender la enseñanza de la filosofía hoy"
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