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Sobre la tarea docente
La universalización de la enseñanza es un fenómenos relativamente reciente. Tanto es así, que no son pocos los países en los que aún falta un porcentaje significativo de alumnos por incluir en las escuelas. En lo que apenas reparamos es que la obligatoriedad de la enseñanza tranforma la vida de un ser humano: primaria, secundaria, ciclos formativos, universidad... Alrededor de un tercio de nuestra vida lo pasamos aprendiendo de una manera formal, escalando los diversos niveles educativos, conviviendo con otros en colegios e institutos. No se trata de un porcentaje menor: más aún si tenemos en cuenta que estos años son etapas tan importantes en la vida de cualquier persona como la niñez, la adolescencia y la juventud. Las quejas habituales de alumnos y profesores contrastan con un dato innegable: a unos les toca el tópico de que están en lo mejor de la vida. A otros, que no todo el mundo puede disfrutar de un trabajo en el que siempre estará rodeado de jóvenes. Cualquier baja inoportuna es un buen recordatorio de lo bien que se está en el aula, con todos los problemas y dificultades que podamos encontrar.

La rutina, la monotonía, el aburrimiento... cuántas veces asociamos la tarea docente y la del que está aprendiendo con estas palabras. Las clases son pesadas, dicen los alumnos. "Vosotros sois los pesados", contestan a veces los profesores. Es la eterna dialéctica del que tiene que aprender, el esfuerzo por abandonar la ignorancia. Desde las primeras letras hasta los últimos cursos de la licenciatura: parece que el esfuerzo nos ahogara. Visión no sólo pesimista y negativa, sino también falsa: de las miles y miles de horas que pasamos sentados en una silla, muchas caen en el olvido, ciertamente, pero hay otras que permanecen. Basta preguntar a cualquier adulto por recuerdos de su infancia y adolescencia: antes o después saldrán anécdotas de clase. Y no sólo aquellas que puedan resultar cómicas o divertidas. No podemos negar que hay veces en las que se disfruta en clase: una buena explicación, la participación de los alumnos, la presentación de un trabajo, una visita cultural o simplemente el desarrollo de una clase normal. Todos estos son momentos que pueden formar parte de la chispa de la vida docente.

Y es que no sólo los refrescos de burbujas producen felicidad: el placer de notar y percibir cómo alguien aprende forma parte de la experiencia de todo profesor. Ser consciente de que las mentes en ebullición que hay en clase captan de repente algo que les parecía complicado: encontrar el ejemplo, plantear el ejercicio adecuado, sentirse parte (minúscula, pero parte al fin y al cabo) de un proceso vital de aprendizaje, y hacer que otros lo sean del propio, en tanto que podemos aprender de lo que ocurre en nuestras clases. Al margen de sistemas educativos, de políticos indignos del cargo que ocupan, de leyes, de pedagogos o de tendencias sociales que parecen matar lo que hacemos, esas experiencias hacen que esta profesión merezca la pena. Algo que es prácticamente imposible de controlar: ningún profesor podría decir dónde está la clave del misterio, cuál es el mecanismo que provoca el milagro. Diez clases tediosas pueden dar paso a una vertiginosa, que dan sentido y validez al resto. Es el genio y el duende, la musa y el daimon, el espíritu y la magia de la docencia, que de vez en cuando pasa por las clases y arrastra lo que pilla a su paso. Es, en definitiva, la chispa de la vida.

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No creo en esa chispa de la vida; he dado clase un año y no volveré a hacerlo; en general se quiere entrar en el cuerpo por la cualidad de vagos que todos queremos adquirir, incluido el alumno; es decir, no sudar en el trabajo, ni estar pendiente de auditorías e inspecciones,tener 12 horas libres al día, es decir, trabajar de cinco a seis y ganar 1300 euros; educar a corderos que a su vez ya están educados por la televisión y la comunidad "virtual" que todo lo comparte, y estimula la "sabiduría personal", que ya están marcados; la tarea docente es una tarea "indecente"; por eso todos los colegios e institutos públicos desaparecerán, su tarea se queda en el aire; empezarán a llevar uniformes, a ser semiinternados, y pensar para ser algo predeterminado en la vida, no pensar para saber quién es el sujeto que llevamos dentro.

Con todos los respetos por el comentario de arriba, pero esa opinión es bastante.. pesimista, y cuanto menos incierta. Es verdad que suele reinar la ley del mínimo esfuerzo por parte de los alumnos, pero la tarea del profesor es cambiar esa actitud. Esa "chispa de la vida"... es el profesor quién ha de encargarse de hacerla factible. Pero su rareza se debe precisamente a profesores que "quieren entrar en el cuerpo por la cualidad de vagos", a personas que tenían como última opción ser profesor en caso de no tener más salidas laborales, ya sabéis lo que dicen: "Siempre puedes ser profesor", y a un sinfín de motivos más, sin atender al principal: la vocación. Disfrutar enseñando, disfrutar cuando el alumno realmente ha aprendido, al resolver dudas.. En definitiva, convertir en realidad esa "chispa de la vida". Pero claro.. hay profesores y PROFESORES. Yo he tenido suerte. Gracias a éstos últimos, no es la televisión quién me educa. Ni el Tuenti. Ni el MSN. Tampoco digo que no estén presentes en mi vida, pero quiénes estimulan mi "sabiduría personal" día a día son ellos, los PROFESORES. Pero quién sabe qué habría pasado de haber tenido a Tejedor (con todos mis respetos otra vez)?

Lo menos que se espera de un comentario crítico es respeto; lo que hace falta es triturarlo, aniquilarlo para que el otro pueda responder; eso de ""con todos respetos" "eres un pesimista" no me dice nada; ¿porqué? ¿qué significa pesismismo hoy? ¿y en educación? ¿Acaso no se trata de desechar de una vez por todas a aquellos PROFESORES que con sus mayúsculas ya se debía de atendcer en clase; a esos yo poco los he escuchado, siempre hablando de la dureza de la vida o de lo eterno de las cuestiones del corazón; me dormía con los ojos abiertos; pero eso sí, ni les interrumpía, ni insultaba., ni les tomaba a chunga; simplemente me parecía la hora feliz de la mañana o de la tarde, según tocara; pero ellos eran esos "vagos" de los que hablo; su argumento de autoridad consistía en "ser la autoridad"; resulta que hoy , en general, ya no se es autoridad en nada, pero la licencia para respetar o no a un profesor se da por una perra en medio de la calle, porque alguien remite a un mito e identifica a "los malos" con símbolos que se repiten durante generaciones y que hacen que la educación no cambie. La vocación por otro lado,es una apariencia que debe de someterse a las "leyes de la estética psicológica"; ya nadie va diciendo "yo tengo vocación"; y si se dice o se "aparenta" en realidad la vocación es la de figurar; de su raíz latina entendemos que es la acción llamar; claro, entonces depende quién llame, si uno mismo o si es llamado por otro; de lo primero ya me cansé querida María Grigore, de lo segundo no se nada ni me interesa; es poco práctico.-Un saludo

¡Saludos! No me parece justa tu respuesta a María, tejedor. De la misma forma que veladamente la acusas de no aceptar la crítica, tú estás haciendo exactamente lo mismo al exponer tus ideas. Podemos hablar sobre la docencia es una actividad decente o indecente, pero creo que sea un argumento válido el responder "lo que dices no vale porque no aceptas mi crítica". El caso es que, por ejemplo, la docencia que criticas es señalada por grandes instituciones internacionales como una de las necesidades de todo país. Si la docencia te parece indecente, compara la situación de España (con todas las carencias que pueda tener) con la de otros países que no garantizan el derecho a la educación: ¿crees que las personas de estos países viven mejor? Por mucho que nos quejemos del sistema, de los profesores o de lo que queramos, la educación es un bien para la humanidad. Para empezar un bien económico, pero también social, cultural y personal. Acepto el tono crítico de tus ideas en ciertos aspectos: la conexión entre la educación y la política, por ejemplo, o su servicio, directo o indirecto, al capitalismo. Pero de ahí a decir que la docencia es una actividad indecente va un trecho. ¡Saludos!

hombre Miguel, precisamente la acuso de no aniquilarla, triturarla, ni siquiera ha llegado a criticar la crítica, sino sólo a descalificarla de pesimista; pues bien, lo es; sino sólo de hacer frases o imbocar al símbolo del pesimismo; que es una necesidad, la educación pública, ya lo creo, y es algo por lo que abogo; pero se ha convertido en indecente y necesaria para fines externos a ella misma. Ojo , no hablo de la docencia, sino de la docencia pública, para que aquellos que aún no están convencidos de su necesidad y quieran separar hembras de machos, o crear asociaciones de juventudes paramíticas, se den cuenta del totalitarismo al que tienden esas ideas. No nos vamos a comparar con aquellos a los que habría que facilitar educación, porque cuando el pan sabe a polvo , de poco sirve la educación. Tampoco con los tiburones internacionales que subrepticiamente meten la educación en sus proyectos, entre otras cosas porque nunca dan detalles ni matices de lo que quieren hacer. Y es indecente de un modo que me parece más complejo de entender; ofende el decoro,entendio como estimación de algo que va en conjunto con otras muchas cosas; por ejemplo, si obligamos a alguien a quitarse el velo que, para nosotros cristianos no sería más que una especie de pañuelo adornativo, a no ser para aquellos temerosos de no se sabe muy bien qué, pudiendo además ponernos como cristianos, por ejemplo, el mismo pañuelo como adorno,en ese caso habría que sacar otra ley que dijera qué tipo de vestimenta llevar en clase,aunque para no hacer daño a nadie finalmente tengamos que ir desnudos todos a clase,estaríamos haciendo de la docencia algo que va a hacer sufrir menoscabo la dignidad de alguien que no tiene porqué sufrirla; ahí entran los llamados prejuicios, legítimos o no.Un saludo.

¡Hola Tejedor! Ciertamente el tema del velo es problemático, pero estaremos de acuerdo en que su relevancia para el sistema educativo y la docencia como actividad no es muy grande. Entiendo, y corrígeme si me equivoco, que tan sólo lo planteas a modo de ejemplo, y veo por dónde van lo tiros. Verás, la anotación que estamos comentando se me ocurrió el otro día después de una clase. No habíamos avanzado mucho, ni se hablaba de lo más importante de la asignatura. Sencillamente los alumnos se interesaron por el tema, participaron y mostraron interés. La clase se llevó sola. Este tipo de cosas ocurren y seguro que alguna vez te pasó en aquel año en el que estuviste dando clase. El caso es que me vino a la memoria otra clase, hace ya seis cursos, en la que una alumna de 4ºde la ESO me comentaba que el inicio de ¿Qué es Ilustración? de Kant le parecía interesantísimo. Era una alumna normal: ni empollona, ni lumbrera. Trabajaba y aprobaba, pero no se dedicaba a leer, leer y leer. Sin embargo, el comentario que les había pasado con las primeras líneas del texto kantiano le había tocado de manera especial. Tanto la gustó el texto, que se lo leyó a su madre y lo estuvieron comentando en casa. Que este tipo de cosas pasen en un centro educativo (me da igual público que concertado) es, a mi entender, la "chispa" de la vida docente. No es ni mucho menos mérito del profesor: el texto lo escribió Kant, yo no hice más que transmitirlo. Pero asistir a esa especie de fascinación por las ideas kantianas da sentido al tener que estar bregando en clase y tratando de mantener el orden. A lo largo de la vida escolar, un alumno recibe miles de clases. Sólo unas pocas van a quedar en su memoria. El resto pasarán, prácticamente inadvertidas. Lo mismo ocurre con un profesor: en su vida profesional impartirá miles de clases. El recuerdo guardará una mínima cantidad. Pues te puedo garantizar que aquella clase de ética en 4º de la ESO me lo quedo, y es algo que no me puede quitar nadie. Ni la manipulación política, ni la falta de decencia en ciertos compañeros, ni la defeneración del sistema, ni la gripe porcina. A eso me refiero con lo de la "chispa" de la vida docente. ¡Saludos!

buenas y trabajosas noches Miguel. Lo cierto es que aquello que se oía, y se oye,supongo,todavía, en clase por parte de los alumnos, no es más que el eco de los bocinazos que otros les han grabado(padres desinteresados, amigos insufribles, otros docentes), así que la falta de decoro a los docentes os viene por añadidura, de forma ajena,sobre todo a los jóvenes profesores de filosofía y ética. Estoy deacuerdo en que el ejemplo que comentas es un plus para vuestra vida; pero si va a ser o será una chispa no lo tengo tan claro, porque deberías preguntarte: ¿ha desencadenado algo que se haya experimentado en tu vida docente y no de forma personal? ¿Has repetido ese texto otros años y has observado si la supuesta chispa se mantiene? Hablamos de interés público,no de cierto placer personal que uno experimenta que, eso ya sabemos que no se pierde;también sabes que hay infinidad de recursos para que un docente se satisfaga con su trabajo, y no todos llegando un consenso personal o gremial con el alumno como el que relatas. Un saludo, y enhorabuena por la dedicación que muestras.

Hola otra vez! (Por lo visto me he perdido mitad del debate) Pero, tejedor, acaso no todo son experiencias personales? Da igual que hablemos del ámbito de la docencia, del trabajo o personal, por poner algunos ejemplos. Todo lo que experimentamos en cualquiera de estos ámbitos es absolutamente subjetivo y además relativo. Tenemos gustos diferentes, nos apasionan distintas cosas, odiamos otras tantas diferentes... Posiblemente el mismo texto kantiano que aquella alumna encontró fascinante, cualquier otro lo habrá encontrado soporífero. Pero lo importante es que la docencia (también) sirve para que, al menos 1 de cada 100 alumnos, tenga esa experiencia placentera cuando lee un texto de Kant, hace un problema de matemáticas o un experimento de química. Supongo que es eso a lo que se refería Miguel cuando hablaba de esa chispa. Y el interés público, cuál es? El de la mayoría? Aunque sólo una minoría consiga esa chispa, al menos... algo es algo. No es suficiente, claro, pero... en fin. Saludos! (Vaya horas, y yo por estos lares...)