La rutina, la monotonía, el aburrimiento... cuántas veces asociamos la tarea docente y la del que está aprendiendo con estas palabras. Las clases son pesadas, dicen los alumnos. "Vosotros sois los pesados", contestan a veces los profesores. Es la eterna dialéctica del que tiene que aprender, el esfuerzo por abandonar la ignorancia. Desde las primeras letras hasta los últimos cursos de la licenciatura: parece que el esfuerzo nos ahogara. Visión no sólo pesimista y negativa, sino también falsa: de las miles y miles de horas que pasamos sentados en una silla, muchas caen en el olvido, ciertamente, pero hay otras que permanecen. Basta preguntar a cualquier adulto por recuerdos de su infancia y adolescencia: antes o después saldrán anécdotas de clase. Y no sólo aquellas que puedan resultar cómicas o divertidas. No podemos negar que hay veces en las que se disfruta en clase: una buena explicación, la participación de los alumnos, la presentación de un trabajo, una visita cultural o simplemente el desarrollo de una clase normal. Todos estos son momentos que pueden formar parte de la chispa de la vida docente.
Y es que no sólo los refrescos de burbujas producen felicidad: el placer de notar y percibir cómo alguien aprende forma parte de la experiencia de todo profesor. Ser consciente de que las mentes en ebullición que hay en clase captan de repente algo que les parecía complicado: encontrar el ejemplo, plantear el ejercicio adecuado, sentirse parte (minúscula, pero parte al fin y al cabo) de un proceso vital de aprendizaje, y hacer que otros lo sean del propio, en tanto que podemos aprender de lo que ocurre en nuestras clases. Al margen de sistemas educativos, de políticos indignos del cargo que ocupan, de leyes, de pedagogos o de tendencias sociales que parecen matar lo que hacemos, esas experiencias hacen que esta profesión merezca la pena. Algo que es prácticamente imposible de controlar: ningún profesor podría decir dónde está la clave del misterio, cuál es el mecanismo que provoca el milagro. Diez clases tediosas pueden dar paso a una vertiginosa, que dan sentido y validez al resto. Es el genio y el duende, la musa y el daimon, el espíritu y la magia de la docencia, que de vez en cuando pasa por las clases y arrastra lo que pilla a su paso. Es, en definitiva, la chispa de la vida.
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