Una de las cuestiones clásicas de la filosofía moral consiste en reflexionar sobre la felicidad humana. Investigar en qué consiste la felicidad y tratar de ofrecer algunas pautas para lograrla ha sido una de las tareas filosóficas por excelencia. Detrás de cada filosofía late de una forma tácita o manifiesta un estilo de vida y también podríamos darle la vuelta a la frase: detrás de cada vida humana respira también una filosofía, sobre la que podemos haber pensado o no, pero presente en la mayoría de nuestros actos y decisiones. No hemos de olvidar que la aspiración a la felicidad no es ni mucho menos una cuestión exclusivamente filosófica, como si de ello debieran ocuparse únicamente los sabios. Muy al contrario: todo ser humano, quiera o no filosofar, busca la felicidad. Una de las condiciones generales en las que se enmarca este concepto es es de la duración. Por ponerlo entre el signo de interrogación que tanto suele aparecer por esta bitácora. ¿Cuánto dura la felicidad" ¿Qué podemos hacer para que dure más, para conservarla" ¿Merece la pena intentarlo"
Cuando se nos pregunta por la felicidad, una respuesta común apunta hacia momentos puntuales de la vida de cada uno. Tiempos que, casualmente, suelen reconocerse sólo a posteriori: a menudo nos parece más fácil identificar cuándo hemos sido felices que ser conscientes de que lo estamos siendo en el momento presente. Si nos dejamos llevar por esta costumbre, da la sensación de que la felicidad es efímera, algo pasajero y corto. Instantes, días y acaso semanas, pero difícilmente concebible como algo duradero. En esta tradición podríamos situar al utilitarismo. Si la felicidad depende de la "utilidad", ésta se puede medir en función de diversas variables: cantidad, calidad, intensidad, cualidad... La alegría momentánea, la risa o el goce derivado de quien no puede dejar de leer un libro, escuchar una melodía o recitar sus poemas favoritos. La felicidad momentánea requiere de momentos especiales: el viaje de vacaciones, la "quedada" del sábado o el subidón de adrenalina que significa para muchos alumnos el sonido de la campana del instituto cuando suena después de la última hora.
Una concepción alternativa podría ser la de aspirar a una felicidad más duradera. Un estado de ánimo o una manera de vivir en la que no estemos pendientes del próximo "puntazo", sino en el que asumamos que la vida no siempre es sinónimo de goce y disfrute, y sepamos igualmente que hay momentos de tristeza. Un modelo similar sería el que defendería, probablemente, Aristóteles: la felicidad no puede depender de la precariedad del momento, de que todo aquello que puede proporcionarnos una alegría momentánea se realice finalmente. La felicidad no merece tal nombre si es flor de un día, si se limita a un punto en la escala temporal, viene a decirnos el pensador griego. El sentido auténtico de la palabra exige una permanencia en el tiempo y cierta autosuficiencia. No sé si hoy predomina la felicidad puntual o la del largo periodo: probablemente estemos más acostumbrados a ir "a salto de mata", llevados de la mano de tendencias sociales uniformadoras que nos venden momentos chispeantes de felicidad: partido del siglo, viajes del año, experiencias únicas. Apenas se encuentran discursos que nos inviten a una vida feliz. ¿Ganaron los utilitaristas a Aristóteles"
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