La mentalidad empresarial es una excelente e imprescindible contribución en algunos ámbitos. En otros, resulta una auténtica perversión, una traición sin marcha atrás. El problema es que llevamos años en los que los centros educativos se ven empujados a realizar "experiencias de calidad", a introducir "protocolos de actuación" y, si el jefe de turno se empeña en ello, buscar el famoso sello de calidad. Los centros públicos reciben llamamientos para realizar su "carta de servicios", mientras que en muchos concertados el profesorado ha de dedicar horas y horas a lograr el codiciado certificado que garantiza la excelencia. El tema de la "carta de servicios" se las trae, porque en realidad consiste en un trabajo que puede satisfacer los anhelos de la mentalidad burócrata, pero no las de una familia media española que quiere escolarizar a su hijo en un centro público. Ellos saben perfectamente qué es un instituto y qué se hace en los mismos. Por nada del mundo lo equivocarían con una panadería, un estanco, una discoteca o un burdel. Y cuando se les entrega la dichosa carta, preguntan inquietos: ¿Para qué sirve este folleto" ¿Es publicidad"
La vida diaria, esa rutina tan gastada como apasionante, suele discurrir por caminos muy distintos a los que marca la burocracia. El sentido común puede llegar a ser más racional que ese cálculo empresarial: si oímos la palabra "centro educativo", "enseñanza" o "educación" no necesitamos que nadie nos explique nada. Sabemos de lo que se está hablando, porque lo llevamos viviendo décadas. Quizás no lo tengan muy claro aquellos que se dedican profesionalmente a certificar la calidad: creando la necesidad de matasellar la enseñanza abren un nuevo mercado en el que pescar, matar y sellar. Cómo no va a poderse "testar" la calidad educativa: a cambio de la suma suficiente es posible crear protocolos, formularios y criterios que sirva para separar a quienes pueden pagar y a quienes no. Una sencilla pregunta para todos los "jueces" de la calidad educativa: ¿Qué es calidad en educación" ¿Podemos identificar la calidad educativa con la burocratización y las reglas públicas de actuación" ¿Acaso será lograr un 100% de aprobados en las PAU" ¿Consiste la calidad en expulsar a los alumnos más problemáticos" ¿O será la calidad educativa escolarizar a los sectores de población más conflictivos" Si lo saben los calificadores, que nos lo cuenten.
La locura se lleva al extremo cuando se propone, incluso desde los equipos directivos, considerar al alumno o a su familia como un "cliente". Sabrá mucho de empresas y tiendas quien lo propone, pero con esta terminología demuestra tener poca idea de lo que es la educación. Por encima de procesos, sellos de calidad y demás zarandajas, la relación alumno-profesor es genuinamente educativa e irreductible a cualquier proceso empresarial o comercial. Los profesores no "venden" nada, ni están pagando las familias (sea a través de impuestos o de cuotas de colegios privados) un resultado o un producto concreto. Existen aspectos empresariales en todo centro educativo, por supuesto: gestión de espacios, consumo de recursos, eficiencia en la distribución de medios, etc. Por el contrario, las relaciones humanas que se establecen en un centro educativo (público, concertado o privado) tienen rasgos propios y característicos que deberían impedir cualquier asimilación el mundo empresarial. Y quienes no quieran o no sepan ver esto, probablemente sea porque no han pasado mucho tiempo en un aula, involucrados en la honesta y digna tarea de enseñar y aprender con un grupo de alumnos determinado. Alumnos, familias y profesores son algo mucho más importante que "vendedores" y "clientes", por mucho que esta visión simplona y empobrecedora se vaya extendiendo como la pólvora.
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