Ayer se nos alertaba de que el pasado mes de abril ha sido el más caluroso desde 1950. La noticia despierta el fantasma del cambio climático y vuelve a poner sobre la mesa la trascendencia que en la vida de cada uno de nosotros tiene el parte metorológico. Esa necesidad que nos lleva a averiguar el tiempo que se avecina puede convertirse casi en una obsesión, y está llena de significados filosóficos. El primero de ellos nos ayuda a resituar al ser humano en el cosmos: con toda la ciencia y la técnica que hemos logrado desarrollar, con todo el conocimiento que (creemos) nos sitúa en el centro del universo, aún seguimos pendientes de si vendrá frío o calor, lloverá o sufriremos largos periodos de sequía. Y no sólo eso: por mucho que nos consideremos hijos del progreso, nos asustamos cuando el tiempo se sale de "lo normal". Como prometeos debilitados, empezamos a plantearnos situaciones amenazantes cuando no apocalípticas si acaso vienen días de mucho sol o las lluvías arrecian con fuerza en la época equivocada. Hambre de saber qué tiempo hará mañana: ¿acaso somos tan "civilizados""
Nuestro poder es más limitado de lo que pensamos. Estamos más expuestos de lo que la rutina nos quiere hacer pensar. Adolecemos de mecanismos sólidos, y vivimos a merced de una naturaleza que no terminamos de comprender ni de dominar, aunque sólo de ciento en viento tomemos conciencia (la mayoría de las veces de una forma trágica) de nuestra condición de abandono y menesterosidad. Una cosa es el discurso oficial, instalado en el confort y el "bienestar" y otra muy distinta la realidad de una naturaleza caprichosa, que nos lleva a predecir lo que después no ocurre. La predicción meteorológica es un sello cotidiano de incertidumbre, de limitación del conocimiento. Son las paradojas de la vida: somos capaces de anticipar incluso con años de antelación cuándo será el próximo eclipse lunar. Pero nunca tendremos un cien por cien de garantías de que mañana vaya a lucir el sol. Parece haber serios limites respecto a lo que podemos y no podemos saber. No se trata sólo de falta de conocimiento: por lo que se dice es la propia naturaleza la que disfruta "jugando a los dados" con algunos de sus comportamientos, lo que nos obliga a replantear la manera de hacer ciencia.
Cualquier lector podría pensar que poco le importa a él la reflexión en torno al lugar del ser humano en el cosmos o los límites de nuestro conocimiento. Incluso en este caso, la predicción meteorológica sigue manteniendo un aire filosófico: nos recuerda que todos somos proyecto. Esta idea la expresó Ortega de una manera excepcional y es también una de las más importantes del existencialismo: nuestra vida está siempre por hacer. Podemos llevarlo al plano personal: lo que voy a hacer de mí (o lo que va a ser de mi) en los próximos días puede verse afectado por el tiempo. El proyecto de cada cual aparece a corto plazo ligado al tiempo. Y de una manera indisoluble: muchos de nuestros "planes" dependen de las condiciones meteorológicas. Añadiéndole además un matiz de nuestro propio refranero: nunca llueve a gusto de todos. O expresado de manera filosófica: la realización de nuestros proyectos puede pender de circunstancias que perjudiquen los proyectos de otros, que pueden verse afectados incluso hasta su eliminación. Viajes, ocio, trabajo... el tiempo de la naturaleza marca también el tiempo de nuestra vida. La condición del ser humano, su capacidad de conocimiento, su dimensión de proyecto: tres características filosóficas relacionadas con el abril más cálido en sesenta años o con el afán de saber cómo hará mañana.
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