Uno de los apuntes más "jugosos" de las elecciones que se acaban de celebrar es, a mi entender, los resultados de las comunidades autónomas, cuyos dirigentes estaban bajo sospecha por la sombra de la corrupción. Algo que se ha mirado con estupor y bochorno cuando ha ocurrido en otros países como Italia, y que ahora tenemos que ir asimilando. Por muy cierto que sea que el caso italiano y el español no son totalmente idénticos, el caso es que varias comunidades autónomas seguirán siendo gobernadas por líderes políticos que están o han estado imputados en causas por corrupción política. Para los de un lado, este es un síntoma de la debilidad y fragilidad de la democracia. Otros pensarán que es precisamente una de sus fortalezas. No hay duda de que, en cualquier caso, es uno de los aspectos sobre los que reflexionar, en tanto que de una forma u otra interactúan tres pilares de la democracia: los medios de comunicación, el poder judicial y la honestidad de los políticos. No hay que olvidar la guinda del pastel: la percepción ciudadana de dicha interacción.
Primera hipótesis: la corrupción nunca fue tal, y todo ha sido una campaña de desprestigio de los medios y de manipulación política de la justicia. Se trata de la posibilidad más amable para los imputados, y con mucha probabilidad es la que defenderían muchos votantes, pero es difícil de sostener. Se sabe, por ejemplo, que hay unas escuchas ilegales desde el punto de vista jurídico pero perfectamente válidas desde el informativo. No sólo eso: algunos candidatos presuntamente corruptos se han dirigido a la justicia con un tono desafiante y hasta chulesco. Y no menos cierto es que ha habido periódicos críticos que han informado tenazmente de la trama, dedicando titulares durante varios días a la evolución de las investigaciones. Parece que todo esto no cuenta para los electores, y curiosamente es criticado por los mismos medios que en otras ocasiones apelan a la "sabiduría" y "soberanía" del pueblo.
Segunda hipótesis: la corrupción existió, la tramitación del juicio no ha sido la correcta y la campaña de desprestigio no ha surtido efecto alguno. Esta segunda posibilidad tampoco es muy halagüeña. Estaríamos dando por sentado que nuestro sistema judicial no es todo lo efectivo que debiera, pues de ser así la condena hubiera llegado antes de las elecciones. Y lo que es más importante: también presuponemos que los medios de comunicación ejercen una influencia decisiva en todos los medios democráticos. Dónde queda la verdad en medio de este proceso es un tema totalmente secundario. Importa la formación de la llamada "opinión pública", y en este sentido las elecciones reflejan también la actitud de la sociedad ante los medios de comunicación. Sea como fuere, parece que la manipulación a través de prensa, radio y televisiones es un fenómeno inherente al sistema democrático. El pensamiento crítico no tiene la capacidad de sustraerse de todos estos procesos. Así que al ver cómo personas imputadas por corrupción vuelven a ser elegidos, aparece una pregunta inquietante: ¿estamos tan preparados como creemos para gobernarnos a nosotros mismos"
- Comentarios bloqueados