Nietzsche es sin duda uno de los filósofos más influyentes de toda la historia de la filosofía. Sus ecos pueden encontrarse en muchas de las propuestas que van desde su muerte hasta nuestros días. Como los grandes pensadores, trasciende lo meramente académico: el auge de su filosofía, junto a otros factores históricos y culturales, está en el origen de transformaciones de calado en la civilización occidental. El nihilismo es sin duda una de las características del tiempo que vivimos y la ausencia de verdades cristaliza en el relativismo que en el terreno filosófico viene siendo discutido desde bastantes siglos antes de la aparición de Nietzsche. Sólo tras el autor alemán ha logrado esta teoría una difusión inédita, convirtiéndose paradójicamente en la ideología dominante: el pensamiento débil es hoy el más fuerte. Lo cual se ve acompañado de una voz unánime: Nietzsche, a su pesar, es uno de esos ídolos cuya crítica puede tener como contrapartida el rechazo de los colegas.
Hay autores a los que se critica por estar más cercanos a la literatura que a la filosofía. En el caso de Nietzsche se alaba la audacia y profundidad de sus metáforas. Allá donde la crítica encuentra oscuridad e imprescisión en el desarrollo, los partidarios de Nietzsche subarayan la gran fecundidad de su obra, porque no faltan quienes de sus textos extraen una conclusión y su contraria. Nietzsche es el último gran pope de la filosofía, algo que no encaja muy bien con el algunas de las ideas centrales de su propuesta. Si Nietzsche hubiera sido en algún momento el superhombre de la filosofía, cosa más que dudosa, todos sus seguidores no son más que "unos copiones", algo repatearía a su líder. Seguidismo intelectual, prolongación repetitiva. Y lo asombroso es que ser nietzscheano no pasa de moda. Puede que las razones no sean nada complejas: tras más de veinte siglos de desarrollo de señas de identidad occidentales (filosofía, judeocristianismo, ciencia) es más que posible que estemos viviendo los tiempos de revancha filosófica.
Igual que Nietzsche o el mismo Popper tuvieron la "osadía" de poner a Platón en su punto de mira, una de las tareas de nuestro tiempo podría ser el desarrollo de una crítica a Nietzsche. Hay motivos más que suficientes: la crítica de Nietzsche se ha mostrado efectiva al mostrar la parte más débil de lo que se creían sólidos pilares de nuestra civilización, pero no ha sido igualmente eficaz en su tarea constructiva. Se podría decir más: la sociedad de nuestros días, en cierto modo heredera de Nietzsche, sería objeto de una crítica aún más dura que la desarrollada por el autor alemán en su tiempo. Y esto por no hablar de las condiciones de salud en las que escribió algunas de sus obras. Teniendo en cuenta lo dicho, la crítica a Nietzsche no puede consistir en una vuelta imposible a la filosofía que le precedió. Es preciso alumbrar nuevas propuestas filosóficas, capaces de integrar la crítica de Nietzsche a nuestra civilización, pero también de recuperar conceptos esenciales para el pensamiento, como el de razón humana. Ahí queda el guante lanzado, a ver quien se atreve a recogerlo.
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