Es un secreto a voces que no deja de ser discutido y cuestionado: en las últimas décadas hemos vivido un "bajón" en el nivel educativo. La queja y el rechinar de dientes es la actitud más generalizada. Y por mucho que haya quienes niegan la mayor, el lamento se extiende. Los profesores universitarios reprochan a los de secundaria el alumnado que se les envía. Proliferan los "cursos cero", las iniciaciones a las asignaturas y los programas de cada asignatura de hace un par de décadas parecen hoy utopías inalcanzables. Los profesores de secundaria reciben la colleja universitaria con resignación, pero no se la guardan. Dirigen sus miradas hacia la primaria: el problema centrar es la ausencia de exigencia en este nivel. No en vano dicen los pedagogos que estos años iniciales marcan hábitos de trabajo y de conducta que determinan la evolución posterior de los alumnos. Y es que no hay punto de comparación: los alumnos que entran en la E.S.O. vienen unas carencias enormes. Y así, pasando el fardo a otros, nos quedamos todos tan contentos.
El proceso no para ahí: los profesores de primaria no pueden tener la culpa de todos los males educativos del país. Algo tiene que pasar en infantil. Antes llegaban los niños al colegio sabiendo leer, escribir, sumar y contar: esta es la gran crítica que se escucha en más de algún colegio. Así que la clave está en los tres primeros años de escolarización. Precisamente en esa estapa que la ley no considera obligatoria, y a la que la mayoría de padres consideran como un pasarratos, una manera de tener a los hijos bien cuidados. El profesorado de infantil, acorralado por los de primaria, secundaria y universitarios, tienen que buscar una escapada: la culpa es de los padres que se lo permiten todo, de los dibujos animados y de la televisión. La sociedad, que corrompe hasta lo más puro. Y así todos nos quedamos tan contentos, en tanto que escurrimos el bulto y quedamos estupendamente. Nosotros somos todos muy profesionales y excelentes profesores. El fallo es siempre de los demás.
La estrategia de la avestruz puede acallar conciencias pero no es una manera de afrontar el problema. La clave está en la autocrítica, que no es la más común de las virtudes. Y es que todos nos quejamos de que cada vez se sabe menos, pero no ponemos los medios correspondientes. Es más, no faltan los casos de profesores que reman a contracorriente. Se rasgan las vestiduras en las sesiones de evaluación, pero aplican criterios de evaluación que permiten el desastre. Y esto por no hablar del clientelismo educativo: cuando se ofertan optativas la educación se convierte en un mercadillo. Asignaturas con un cien por cien de aprobados e incluso con notas mínimas que van contra el sentido común: algo huele a podrido en Dinamarca cuando todos sacan de 6 para arriba. Regalar la asignatura es una manera de asegurarse clientes. Y esto es lo que importa. Una gran mayoría se queja de lo malos que son los alumnos, pero esa gran mayoría prefiere tenerlos malos que no tenerlos. Así que al final, los profesores de muchos niveles educativos, se tapan la nariz, hacen de tripas corazón y muestran la más amable de sus caras. Horas para el departamento, asignaturas que salen adelante y nos salvan la cabeza. Condiciones imprescindibles para ir al café a poner a caldo el nivel educativo de este país.
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