Andamos en tiempos de reforma educativa. Como si alguno de los últimos quince años no lo hubiera sido. Y una vez más, se van afilando espadas y argumentarios. La filosofía no puede permanecer ajena: está ya acostumbrada a estar en el punto de mira. En esta ocasión, lo hace desde una doble perspectiva: la controvertida Educación para la ciudadanía y la presencia de la filosofía en el bachillerato. Sobre la primera, poco más se puede decir aquí que no se haya dicho en su día, mientras el engendro se estaba gestando: ya sabíamos que era una asignatura polémica, con algunos epígrafes cuestionables, que sin embargo se ha impartido con una normalidad absoluta. Ahora le cambian el nombre y elminan algún contenido: ¿de verdad era tan necesario" A excepción de sucesos muy puntuales, no ha generado ningún tipo de problema educativo. Y la razón es sencilla: la asignatura de 4º de E.S.O. ha conservado el enfoque filosófico que ya aparecía en aquella otra asignatura, la Ética, que fue sustituida por el invento de la L.O.E. Dicho en otras palabras: los profeores de filosofía hemos seguido haciendo lo que ya hacíamos. Formar ciudadanos a partir de las ideas. De poco o nada servirá cambiar el nombre y el temario sin modificar la asignación horaria: las asignaturas de una hora semanales sirven de muy poco.
Esta situación es la que explica y justifica que, si se quiere con un nombre nuevo, la enseñanza ética siga teniendo un lugar específico dentro del sistema educativo, y no de una manera marginal, como en la actual configuración de 4º de E.S.O. No sé ni el curso ni la asignación horaria adecuada, pero la enseñanza que podemos extraer de la experiencia "ciudadana" es precisamente que la educación alrededor de las ideas y el pensamiento es conveniente, al margen de las nomenclaturas. De otra manera, los alumnos no dedicarán tiempo a reflexionar sobre cuestiones como los derechos humanos, la felicidad, las normas morales o la democracia. Y no se pretende con esto exclusividad: todos sabemos que hay quienes pueden estar interesados por estos temas sin necesidad de que se los expliquen en clase. Pero esto no le quita ni un punto de valor a la reflexión sobre cuestines éticas y políticas: decir que se puede pensar sobre esto fuera del aula, es como decir que también se puede aprender matemáticas o física en cualquier lugar ajeno al instituto.
Luego está la segunda cuestión: el nuevo bachillerato. Podemos contar con que nos esperan meses de movilizaciones: habrá asignaturas que pierdan horas, otras que las ganen... y de nuevo los diferentes colectivos tratarán de arrimar el ascua a su sardina. Y es más que probable que la filosofía sea el objetivo de alguna de las críticas: que si no sirve para nada, que si los alumnos de ciencias no deberían estudiar filosofía... Críticas ya viejas, y ya respondidas. Pero conviene no olvidar estas respuestas: y es que la misma idea de una educación pública, asumida por el estado, nos obliga a remitirnos a Platón y Aristóteles, autores que ya en su día reflexionaron sobre la necesidad de que el estado asuma parte de la educación de los jóvenes. Para ellos, una educación sin filosofía no sería educación en su sentido más auténtico y noble. Habrá que seguir muy de cerca cómo encaja el ministerio la filosofía en el nuevo currículum que estarán diseñando.
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