Algo de eso nos ha quedado, como no podía ser de otra manera. Pensemos por un momento en las intenciones religiosas del románico, o en la "didáctica" o "catequesis" de la imaginería. Desde la función del arte en las religiones primitivas (o en prácticas o rituales chamanistas, animistas...) a la devoción y la adoración de las figuras (no está muy lejano el tiempo en el que todo se llene de árboles, belenes y hombre barbudos vestidos de rojo, el mercado tiene sus propios ídolos), lo cierto es que el poder del arte sobre el ser humano no es nada desdeñable. Quizás porque seamos simbólicos, porque nos dejemos atrapar y condicionar por ellos. Quizás por necesitamos expresar de un modo distintoideas, sentimientos y emociones o dejarnos llevar por lo que otros han expresado. Los individuos y las sociedades de todos los tiempos han vivido "ensimismados" por el arte, hipnotizados por el mismo.
Religión, política, sociedad, economía... El arte está presente en todas ellas de un modo diverso: afectando al estado de ánimo (Aristóteles), inspirando un tipo determinado de religiosidad, consolidando un conjunto de ideas políticas (desde el Che como icono socialista-capitalista al arte de las dictaduras), tocando los resortes más escondidos del ser humano para incitar su deseo de comprar (quién duda de que cierta publicidad es una forma de arte), o provando una auténtica revolución humana o social (el sueño de Nietzsche ¿realizado en nuestros días o áun pendiente de realizar"). La ciencia y la tecnología influyen en el individuo, desde luego, pero de un modo distinto de como lo hace el arte. Su mensaje es más "inteligible", más claro. El arte habla sin hablarnos fija canales de comunicación indescifrables para el lenguaje, y por ello se convierte, qué duda cabe, en una de las formas de influir sobre los individuos, sobre su forma de vivir y de pensar.
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