Pasar al contenido principal
Una interpretación contractualista del dilema del prisionero
Portada del Leviatán, de Thomas HobbesA las resonancias morales del dilema del prisionero vamos a añadirle hoy una nueva vía de interpretación: la política. No en vano, las preguntas relativas a la acción y las propias del poder mantienen estrechos lazos. Si retomamos la propuesta original, estamos en una situación en la que las actitudes egoístas que buscan el mayor beneficio personal conducen a un resultado desastroso para el grupo. No es difícil asociar todos estos detalles con la teoría contractualista: de ello se ha encargado David Gauthier, que ha enlazado las ideas centrales del Leviatán de Hobbes con las relaciones estratégicas que se derivan del dilema del prisionero. Una interpretación cuando menos original, pues no sólo explica el origen del poder político sino también su función.

Imaginémonos un grupo de seres humanos conviviendo en una situación estratégica como la descrita en DP. Al inicio de esa convivencia, antes de que los comportamientos colaboradores se vean favorecidos (incluso por la selección natural) esa sociedad se caracterizará por los comportamientos egoístas: es la "guerra de todos contra todos" que nos presenta Hobbes en su obra. El robo, la violación o el asesinato son sólo ejemplos extremos de lo que serían comportamientos cotidianos egoístas, basados en el convencimiento de que el hombre es un lobo para el hombre, y de que mirar por el propio interés es el único comportamiento que vale, y más en una sociedad en la que todos ponen en práctica este tipo de acciones. El desastre social al que conducen las estrategias egoístas terminará provocando un cambio, en el que se potencie la colaboración y se castigue el egoismo.

¿Cómo explicar entonces el origen de la política" Desde el punto de vista del DP es sencillo: el poder surge como un acuerdo de los individuos que se dan cuenta del perjuicio del egoísmo generalizado. Como sociedad, todos vivirán mejor si aceptan la colaboración. Ante la débil naturaleza humana, cada uno prefiere renunciar a alguna de sus facultades para que todos salgan beneficiados, para que surja un poder capaz de reglamentar la vida en común y blindar las actitudes colaboradoras. En otras palabras: la reiteración de la peor solución para todos lleva a un pacto en el que un poder centralizado, generado a partir de la renuncia individual de cada uno, penaliza el egoísmo y establece la colaboración mínima que ha de ser respetada por todos los individuos. Sólo un poder omnipresente puede garantizar el orden elemental que posibilita la vida en sociedad. Si a estas ideas le añadimos una evolución en la concepción del poder (como puede ser, por ejemplo, la división de poderes, explicable desde el DP por la tendencia del poder a abusar de sus prerrogativas) podríamos comprender no sólo por qué es necesario el poder político (idea que quizás desencante a los defensores del anarquismo) y también cuáles son sus funciones elementales. ¿Acaso no está lleno de significados un sencillo juego como el del dilema del prisionero"