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Sobre la (im)posibilidad de la definición
El círculo del lenguaje…El lenguaje es sin duda uno de los mayores misterios del ser humano. Cada uno de nosotros habla y habla, sin prestarle mucha atención no ya al lenguaje mismo, sino al extraordinario hecho de hablar. Nos enfrentamos al lenguaje en "actitud natural" que es lo mismo que no enfrentarse con él, lo mismo que pensar que no hay nada de especial en el hecho de decir las cosas o de que exista la posibilidad de compartir un conjunto de símbolos que posibilitan el entendimiento. El caso es que, a poco que pensemos, el lenguaje natural (adjetivo no exento de conflictos cuando se habla del lenguaje) es impensable sin palabras, e igualmente necesario es que las palabras tengan un significado. Y aunque haya muchos tipos de definición, la opinión común se limita a pensar, en el mejor de los casos, que un diccionario (como puede ser el de la RAE), incluye las definiciones de todas las palabras. De lo contrario, ¿acaso sería un diccionario"

De manera que los diccionarios se han convertido en el reducto de las palabras y las cosas. Y eso por no hablar de las enciclopedias: allí está todo el saber acumulado (como si quien supiera una enciclopedia no necesitara saber nada más). El caso es que los diccionarios no son esa garantía del rigor que nosotros pensamos, sino que por verse obligados a tratar con el lenguaje se contagian también de algunas de sus enfermedades. La imprecisión y la polisemia que denunciaron los filósofos analíticos se termina colando no sólo en el hablar cotidiano sino también en los diccionarios. A nadie se le admitiría, por ejemplo, una definición que incluya el término a definir. La estrategia de los sinónimos entra en juego: buscamos una palabra similar para definir la primera. Un mero y agudo ejercicio de sustitución. Sin embargo, esto no nos salva de evitar uno de los grandes peligros de esta estrategia: la circularidad.

Un experimento de andar por casa: miremos la definición de libro, que en una de sus acepciones nos remite a volumen. Esta segunda palabra, en una de sus acepciones, nos lleva precisamente a "libro". Cierta familiaridad (y cuasicircularidad) se puede encontrar entre palabras del mismo campo semántico: conocimiento, ciencia, saber sabiduría y filosofía no quedan del todo deslindadas cuando leemos el significado que nos ofrece el diccionario de la academia. Y sin embargo todos sabemos que ciencia, filosofía y conocimiento no son exactamente la misma cosa (y pongo un ejemplo sencillo, sin meter en el "baile lingüístico" al saber y la sabiduría). Seguro que hay muchos más ejemplos en los que esta circularidad puede comprobarse de una forma más clara, es tan sólo cuestión de dedicar cierto tiempo a la cuestión. La conclusión de todo esto no es tan compleja como parece: hemos de aceptar, sencillamente, que nuestro lenguaje incluye imperfecciones y que ni siquiera los académicos (maestros del lenguaje, no tenemos por qué dudar de ello) lo tienen fácil para elaborar un diccionario que pueda superar ciertas pruebas lógicas elementales. El lenguaje, en algunas ocasiones, se nos muestra como un círculo irresoluble.

Las propias palabras andan presas de sí mismas. El lenguaje es en sí un ente circular que se retroalimenta.