Como lo dicen en algún anuncio de la televisión, debe ser verdad: "el ser humano es extraordinario”. Y no sólo porque escuchemos radio la colifata, sino por otras muchas cosas. Entre ellas, una de las más fascinantes es sin duda el lenguaje. Crecemos en un lenguaje y en él pensamos y existimos. El lenguaje nos abre al mundo, a los demás y a nosotros mismos: con las palabras nombramos las cosas, gracias a ellas conversamos y comprendemos mensajes e identificamos nuestros sentimientos y pensamientos. Una de las condiciones indispensables para poder usar el lenguaje es el sentido. Conocemos las palabras y las reglas de construcción de frases y a partir de ahí vehiculamos lo que denominamos sentido. Y lo extraordinario del lenguaje es que emisor y receptor colaboran en la creación del sentido.
En un principio, el emisor trata de construir su mensaje de manera que el sentido pueda ser enviado de la forma más segura posible, es decir, garantizándose que el receptor vaya a entender lo que se quiere decir. Pero también hay un trabajo del otro lado: cuando escuchamos o leemos un mensaje construimos también un sentido. En cierta manera somos capaces incluso de corregir al emisor: no sólo posibles faltas de ortografía, sino mensajes incompletos. Como "expertos naturales” en el manejo del lenguaje nos imaginamos lo que se nos ha querido decir, rellenamos huecos y cubrimos posibles carencias. Una capacidad que se ha intentado incorporar a los buscadores (Google nos corrige a veces en nuestras búsquedas), pero que no alcanza el grado de comprensión propio del ser humano.
Y no sólo esto: a la recomposición o al perfeccionamiento del lenguaje por parte del receptor se le une la interpretación. Recibido el mensaje hemos de darle un significado por lo que cualquier acto de escucha o lectura implica una interpretación, una actividad mental en la que lo escrito o lo dicho adquiere un nuevo matiz. Sin la donación de sentido por parte del receptor no sería posible ningún tipo de lenguaje. Tareas como la historia o la arqueología consisten precisamente en la asignación de un sentido a un conjunto de fuentes del pasado: textos, por supuesto, pero también símbolos, obras de arte, monumentos, lugares… a través de los cuales otorgamos un sentido al pasado, aprendemos a interpretarlo. De la misma forma que la ciencia es, a su vez, una forma de creación de sentido: buscar el sentido del cosmos, su ley explicativa es una tarea de construcción a partir de los meros datos. Saber escuchar es saber interpretar, una de las claves esenciales para la vida humana.
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