Desde las últimas elecciones autonómicas quedó muy claro que el bilingüismo debía convertirse en una seña de identidad de los diecisiete sistemas educativos que conviven en el territorio nacional. Con diferentes matices y políticas diversas, cada comunidad autónoma ha intentado implantar la enseñanza bilingüe en muchos de sus centros. Una circunstancia paradójica: los profesores y maestros que viven en un país en el que los idiomas vienen siendo una asignatura pendiente desde hace décadas van a ser los encargados de que nuestros alumnos terminen la secundaria con un alto nivel de inglés o de francés. Somos uno de los países de cola en la Unión europea en lo referente a las lenguas extranjeras. ¿Es esto compatible con una implantación vertiginosa de planes de enseñanza bilingüe"
La pregunta anterior obtiene un sí rotundo como respuesta desde el ámbito político. El voluntarismo mágico de los dirigentes es extraordinario: basta con poner en la puerta de cualquier centro educativo un rótulo con las palabras "enseñanza bilingüe” para que ese centro se transforme inmediatamente. No importa demasiado la formación de los docentes, la titulación exigida o la forma de implantación: si en la campaña se dice que el porcentaje x de centros de la comunidad han de ser bilingües, lo serán (en concreto, en Castilla y León han de llegar a 500 de aquí al 2011). Es una cuestión de cartel. La transformación que esto supone en un sistema educativo va bastante más allá de una legislatura, algo irrelevante si de presumir de bilingüismo se trata. Más aún cuando el clientelismo al que se ven obligados los centros les hace pelear por salir bendecidos en las convocatorias anuales. Se valore o no, que el propio centro sea bilingüe tiene un atractivo innegable. Es, en definitiva, una cuestión de marketing.
Las críticas apuntadas no quieren esconder un reconocimiento obligatorio: la implantación de este tipo de planes siempre implica desajustes, experimentos, contratiempos que nos llevarán a resultados efectivos en el largo plazo. Los primeros años son siempre los más complejos. Nuestros centros educativos serán auténticamente bilingües dentro de diez o quince años. Sin embargo, esto no justifica la improvisación, la aprobación por decreto de más centros de los que la calidad aconsejaría, la ausencia de titulación adecuada, la falta de formación… Se trata de asuntos que los padres que matriculan a sus hijos no tienen por qué conocer. A fin de cuentas, sólo cuando has estudiado un idioma hasta el último curso de la Escuela Oficial de Idiomas tomas conciencia de que esta titulación no es suficiente para dar clase en un idioma extranjero, pues se transmitirán vicios fonéticos, errores gramaticales, incorrecciones… Pero poco importa esto en un país con un nivel de conocimientos insuficiente en lenguas extranjeras.
P.D: aprovecho para mojarme. No es un delito dar Educación para la ciudadanía en inglés para aquellos alumnos que estén en programas bilingües. Lo que sí representa una aberración educativa es imponérselo a todos, hayan escogido o no esta forma de enseñanza.
P.D.2: ¿Implica la implantación de estos programas el reconocimiento implícito y tácito del fracaso que supone décadas de enseñanza de lenguas extranjeras sin los frutos esperados"
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