Hasta en la más técnica de las materias hay una relación entre el profesor y el alumnado. Las propias explicaciones, las correcciones o las calificaciones son actividades cotidianas en las que intervienen habilidades personales así como valores morales como la igualdad, la justicia, la no discriminación... Si aceptamos este punto de vista, ser profesor no es lo mismo que ser fontanero, informático o arquitecto. Cierto es que en todos estos casos existen también relaciones humanas, pero en ninguno de ellos se exige ese "plus" de moralidad, de ejemplaridad que a menudo se le pide al profesor, que ha de ser en su vida privada un buen modelo. Un buen ciudadano, se diría ahora abusando de la palabra de moda. Frente a esta perspectiva, hay otra concepción de la enseñanza que trata de alejar al profesorado de ese conjunto de valoraciones morales. Así, ser profesor es tan sólo una profesión más, tan "técnica" como cualquier otra. El profesor llega a clase, imparte unos contenidos y se marcha. En su vida privada puede hacer lo que le venga en gana, pues su actividad profesional no va de la mano con ciertos comportamientos morales.
Lo hemos oído también en muchos foros: es la familia la que educa, el instituto enseña. En la clase se aprenden lengua, matemáticas e historia. No se aprende a ser persona, tarea más cercana a padres, familiares, amigos... El profesor es un trabajador más y no son de recibo, por tanto, valoraciones de tipo moral relacionadas con la actividad que desempeña. En su vida privada el profesor no tiene por qué ser peor ni mejor ciudadano que cualquiera de sus vecinos. Se trata en definitiva de un rechazo absoluto a aquella situación de hace unas décadas, en la que el profesor representaba en cierta forma una autoridad que merecía un respeto, pero también cierto tipo de excelencia moral por parte de quien ocupaba el cargo. Ante visiones tan opuestas de la docencia, que se pueden constatar diariamente en cada centro, sólo cabe mostrar cierta perplejidad. ¿Hasta qué punto se debe "revestir" al profesor del aura de la moralidad" ¿No es una forma de aumentar la presión social que se ejerce sobre el profesorado" Y en el otro extremo: ¿Cómo no aceptar que cualquier profesor es algo más que un mero "transmisor de conocimientos"" ¿Acaso los defensores de esta visión "técnica" no reivindican cierto prestigio y reconocimiento social que quizás va más allá de la mera comunicación teórica" ¿Con qué modelo nos quedamos" ¿En qué lugar situaríamos al buen profesor" ¿Cómo justificar estas respuetas, en función de razones, de experiencias vividas, de intereses personales"
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