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Sobre la importancia de los ojos para la filosofía
Un ojo para una mirada filosóficaEl ver y el mirar son dos verbos filosóficos. Aunque a menudo lo olvidemos y nos perdamos en brumas conceptuales y en discusiones sin sentido, el origen de la filosofía se encuentra en la mirada. Uno de los primeros testimonios refieren que la filosofía consiste en contemplar la naturaleza de las cosas con afán. El filósofo necesita ojos para desparramar su curiosidad, para extender su mirada: la filosofía se hace con la vista. De ahí surge, por ejemplo, la diferencia entre apariencia y esencia, sobre la que tanto se ha escrito a lo largo de los siglos. Vemos apariencias, pensamos (y hablamos a través de) esencias. Los ojos son el motor del conocimiento, y el vocabulario filosófico está lleno de conceptos que nos remiten al ver, al mirar. A causa de la sucesión de lenguajes, no siempre tenemos en cuenta que la palabra idea encuentra su origen en el participio de pasado del verbo ver: las ideas son "lo visto". Nos identifiquemos o no con el platonismo, se trata de una etimología irreversible: aunque ya nadie crea que el alma haya podido ver antes de nacer a este mundo material, las ideas de nuestra cabeza siguen guardando relación con lo que vemos: cuántas veces necesitamos concretarlas en imágenes, símiles, iconos. Y cuando las explicamos, terminamos nuestra exposición con una pregunta cargada de significado: ¿visto"

Con todo, no hemos de pensar que necesariamente este "ver" filosófico está asociado al platonismo. Al contrario: el escepticismo no es otra cosa, al menos etimológicamente, que "mirar con cuidado". No es el escéptico el que niega el conocimiento o renuncia al mismo, pero sí el que lo inspecciona y revisa, el que busca las pruebas y las somete a una exhaustiva crítica. Una mirada poco cercana a la que durante la edad media propondrán filósofos como S. Agustín: ver a Dios como fin último del ojo humano. Quizás una propuesta demasiado ambiciosa: la principal crítica empirista a la existencia de Dios será, precisamente, que nadie hasta ahora ha podido verle. Para el empirismo, en consecuencia, la vista es el origen del conocimiento: nadie puede conocer aquello que no se ha "sentido" previamente, y no es preciso repetir aquí la cantidad de información que recibimos a través de la vista. Parece difícil encontrar una sola teoría filosófica que no guarde relación con el ver, con determinada forma de mirada. La luz, que permite y posibilita cualquier forma de visión es una metáfora recurrente en el racionalismo. Y es que al final, la tan abstracta y compleja filosofía no es más que un juego en el que la mayoría de ideas, conceptos, tesis y teorías "tienen que ver" directamente con experiencias tan cotidianas como abrir los ojos. Teorías filosóficas, miradas filosóficas.

Jugemos por un momento: ¿Alguien se ha parado alguna vez a pensar en una filosofía elaborada por (o para) invidentes" Se acusa a la filosofía de utilizar conceptos alejados de la experiencia sensible: ¿Cuántos de esos conceptos son accesibles para aquellos que, desafortunadamente, no pueden ver la realidad" ¿Cuál sería la filosofía de alguien que haya perdido la vista, o el oído o que nunca haya podido recibir información a través de estos sentidos" Sabemos que ha habido ciegos célebres en otras disciplinas, como por ejemplo en la música. No abundan los ejemplos en la filosofía, donde quizás el ejemplo más extendido sea el de Demócrito. El "panorama" del que tanto hablaba Ortega exige tener los ojos bien abiertos, pendientes de incluir en su experiencia del mundo la mayor cantidad posible de fenómenos. Somos perspectiva, punto de vista, pero podemos sumar unos con otros, ver las cosas desde la perspectiva de los demás. El perspectivismo orteguiano exige la experiencia cotidiana de que el mundo entre por nuestros ojos. Aprender filosofía es ver el mundo de una determinada manera: global, crítica, interrogadora, dubitativa. El mito de la caverna nos dice que el "dialéctico" es el que sabe dirigir los ojos hacia el lugar adecuado, y logra que los demás también lo hagan. La conclusión parece sencilla: No hay pensar sin ver, sin haber visto, y por eso la filosofía consiste en una particular forma de mirar. La posición privilegiada de la vista respecto al resto de sentidos ya la defendió en su día Aristóteles, en el conocido pasaje que aparece al comienzo de la Metafísica:.

"Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causan las percepciones de nuestros sentidos son una prueba de esta verdad. Nos agradan por sí mismas, independientemente de su utilidad, sobre todo las de la vista. En efecto, no sólo cuando tenemos intención de obrar, sino hasta cuando ningún objeto práctico nos proponemos, preferimos, por decirlo así, el conocimiento visible a todos los demás conocimientos que nos dan los demás sentidos. Y la razón es que la vista, mejor que los otros sentidos, nos da a conocer los objetos, y nos descubre entre ellos gran número de diferencias"

P.D: Fuente original de la imagen

¡Me gusta el apunte! Y me inquieta la pregunta sobre una filosofía sin el previo "mirar". Pero también me inquieta el mundo comprendido por un discapacitado intelectual o el mundo contado por la boca del borracho. El ojo que mira, el oído que escucha, el tacto o el gusto que sienten texturas son cristalizaciones del "sistema nervioso" (o la sensibilidad si nos ponemos tiernos) que funciona como las raíces extensas de las setas, recorriendo espacios amplios y de difícil delimitación, y haciéndose más o menos visibles aquí y allá. Por eso aunque la vista sea la gran metáfora cabe la meditación del invidente (como se da la música del sordo). También la memoria es terminación de ese sistema nervioso tan delicado. El recuerdo es tremendamente sutil, más sutil como la vista y enormemente sensible a todo tipo de "variables" (estado de ánimo, dolor de estómago, deseo,odio, amor...). En fin, la oscilación de horizontes y perspectivas nos desbordaría - y nos convertiría en pirrónicos alucinados(y hedonistas) si no fuera por el sentido común (¿suena a Hume, no?), el acomodo a lo marcos y las parcelaciones.Una pena que no podamos disfrutar de la inmensidad del tejido sensible. En todo caso, y más allá de esta reflexión, elevo mi copa y brindo por los sentidos que tanto incitan a la meditación, que inflaman y ciegan tanto como nos convierten en videntes (ya se sabe: Allí donde está lo que nos salva está el extremo peligro). Brindemos, con el maestro Boris Vian, en esa tarde que ya amenaza tormenta, por el ojo que nos permite ver a las chicas bonitas y escuchar la música de Duke Ellington. Aunque todo lo demás lo distorsione. Sobre todo la mirada filosófica. ¡Salud!