Vayamos al tema: si miramos el calendario hoy es 14 de septiembre. Un día como cualquier otro. Pero si dirigimos la vista un poco más atrás, nos damos cuenta de que el día 1 fue martes. Y ese eterno retorno al que hacía referencia antes nos obliga casi por ley a comenzar los exámenes en esas fechas. Uno dos y tres: exámenes de septiembre (eso si no se tiene la desgraciada "suerte" de que alguno de esos días sea una fiesta local). El mismo jueves 3, sin apenas tiempo para corregir, hay que evaluar a segundo de bachillerato: la universidad que tan comprensiva es siempre con la enseñanza secundaria marcó el día 6 (azares del destino: ¡un domingo!) como último día para enviar la relación de alumnos de la PAU. El viernes 4 tocaba resolver posibles reclamaciones, mientras se evaluaba al resto de cursos en una jornada maratoniana. A quien diseña los calendarios no parece importarle demasiado obligar al profesorado de los centros a trabajar deprisa y fuera de plazos. Será, a buen seguro, un signo de la calidad de la enseñanza.
Sin embargo ahí no acaba la cosa. La semana siguiente comenzó con la apertura del plazo extraordinario de matrícula: lunes, mártes y miércoles. El funcionamiento correcto de cualquier centro educativo exigiría que los equipos directivos puedan organizar los cursos y asignaturas en función de esa matrícula que entra en septiembre. Igualmente, sería más que necesario que todos los profesores estén presentes en el claustro en el que se distribuyen asignaturas: teniendo en cuenta que la lista de profesores interinos se publicó el viernes día 4 y que muchos de ellos tienen que cerrar el curso en sus centros anteriores (reclamaciones, etc), no son pocos los casos de profesores que llegan a sus centros con un horario hecho: con asignaturas y grupos que no han elegido, y con un horario elaborado sin tener en cuenta sus posibles preferencias. El desprecio por el profesor interino que se percibe en algunos compañeros llega casi a respaldarse institucionalmente con según qué tipo de decisiones administrativas, como por ejemplo el calendario. Cada año empezamos antes, sin que los sindicatos parezcan preocuparse del tema. Y el problema no es empezar antes, sino hacerlo mal y presionado por las prisas: y así es como se está obligando a trabajar a unos cuantos equipos directivos. Algo que no importa demasiado a nadie, ya que son a lo sumo cuatro, cino o seis personas del centro. Conclusión: como no quería empezar hoy, tendremos que comenzar mañana.
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