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Dos metáforas educativas a partir del arte

No sé si el hecho de no ser padre me da más objetividad o más ignorancia para hablar del tema. Lo que sí sé es que en estos últimos años he tenido contacto directo con muchas familias y con muchos adolescentes entre 14 y 18 años. Y también he visto cómo otras personas afrontan la responsabilidad de criar y educar a un ser humano desde su nacimiento hasta la madurez. Siendo una de las tareas más habituales es probablemente una de las más complicadas: no hay ciencia alguna que asegure que todo va bien, ni podemos apelar a los sabios consejos de otros. No faltan en la historia grandes hombres cuyos hijos han sido totalmente inhumanos, a la par que otros que fueron educados en condiciones miserables y degradantes han llegado a ser modelos de humanidad. No hay forma de educar que no se construya sobre el ensayo y el error, la ocurrencia, el conflicto inesperado y el andar a tientas. Una intuición pura, alejada de teorías y conceptos, saberes ciertos y evidentes. ¿Acaso será algo parecido al arte"

Hay dos patrones educativos extremos que en cierta manera me recuerdan algunas actitudes propias de la creación artística. Primer ejemplo: el artista sin manos. La búsqueda de la perfeccción y el reconocimiento de lo sacro en la obra de arte lleva a algunos artistas a tratar de intervenir lo menos posible, a dejar que la obra fluya, se manifieste, a anular su acción ante la creación. En más de una charla informal con padres, me decían que habían dejado a su hijo crecer con una plena autonomía, interfiriendo lo menos posible en su vida, que puede considerarse tan sagrada como un icono bizantino. Es el patrón educativo de quien se agobia cuando el aún bebé muestra ya interés por el mundo: ¿Tomaré la decisión correcta" Ante el miedo a equivocarse, el padre sin manos hace algo parecido al artista: deja que la obra crezca con la menos ayuda posible. Nunca decidir por el niño: que sea él quien decide esto o aquello, ciencias o letras, religión o alternativa, deporte, extraescolares o juego de la videoconsola. El artista sin manos idealizaba la obra, sentía que al materializarla la traicionaría. El padre sin manos idealiza la libertad y la autonomía de su hijo que, en determinados momentos, está pidiendo a gritos una referencia, una guía, un consejo.

En el polo opuesto, estaría el artista concienzudo, el que hace y rehace, tacha pinta y vuelve a borrar, controlando todo el proceso artístico desde el inicio hasta el final. No es la obra lo importante, sino él mismo, lo que él hace de la obra. Llevado a la relación padres-hijos: aquellos que toman todas las decisiones por sus hijos, por temor a que estos se equivoquen. Saben lo que es mejor para ellos, y tratan de que lo hagan y lo escojan. Ya llegará un momento, cuando los niños sean mayores, en el que deban tomar sus propias decisiones. Cuantos menos errores acumulen hasta entonces mejor que mejor. Evidentemente, se trata de dos estereotipos extremos: es difícil encontrar un solo caso que podamos asignar a cualquiera de los dos. No obstante, son válidos como pautas generales que se expresan sencillamente en palabras implicadas en las relaciones entre padres e hijos: libertad, responsabilidad, autonomía, confianza, madurez... Probablemente, ninguno de los "artistas" presentados sean idóneos sino que deberíamos abogar por un término medio. Algo imposible de definir: ¿Cuándo ser un "padre sin manos"" ¿Cuándo tomar las riendas de los hijos y ponerse "manos a la obra"" No hay ciencia ni consejero que nos pueda responder estas preguntas. Intuición, ensayo, y error. Exctamente igual que una obra de arte.