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El rey está desnudo. Sólo los niños se atreven a señalar con el dedo.

Si Platón hubiera sabido que lo que dejó escrito en forma de diálogo sería convertido en sistema filosófico. Si Aristóteles hubiera siquiera sospechado que sus observaciones sobre la naturaleza y sus notas de clase mudarían conceptos y definiciones. Si Descartes hubiera mínimamente imaginado que sería transformado en libresco y erudito un texto que él mismo comienza rechazando el saber que habita en libros, y no en el mundo, los viajes o la vida. Si aquel otro que nos avisaba de que no se aprende filosofía, sino a filosofar, hubiera adivinado que sus ideas trastocarían en muerta teoría. Si Marx hubiera previsto que su teoría no iba a transformar el mundo, y que sus concecuencias prácticas se diluirían en una camiseta que va a juego con un pantalón de marca en cuyo bolsillo se esconde un móvil que cuesta más de 300 euros. Más aún: si Nietzsche, el que está en contra de toda explicación, se hubiera descubierto a sí mismo mudado en uno más del temario, sobre el que escribir de un modo conceptual. En definitiva: Si quienes han pensado algo lúcido hubieran sido capaces de anticipar en lo que se iban a convertir dentro del sistema educativo, en  manos de nosotros, presuntos profesores de eso que llamamos "filosofía" o "pensamiento". De ser así, quizás habrían preferido escribir menos. Renunciar a la ceremonia de la confusión en que hemos transformado eso que llamamos, ingenuamente o con mala fe, enseñanza de la filosofía.

 

Los dedos acusadores señalan a la LOMCE. Las conciencias bienpensantes profesorales lucen muestrarios de argumentos en defensa de la cosa. Y quien levanta la voz en contra de los vendedores se expone al escarnio público, al apedreamiento conceptual. Es la sociedad, es el sistema, son los políticos... Nosotros somos los puros, los adalides de la alta cultura y el pensamiento de alcurnia. Qué mala esta gente que no nos escucha. Olvidamos que es difícil escuchar a quien habla para escucharse, para oírse a sí mismo. Y sobre todo: es imposible escuchar a quien no está dispuesto a escuchar primero. Si al menos nuestas palabras fueran siempre precedidas de un silencio que dé cabida a que el otro hable. Reconocer que quien ocupa un puesto en un aula puede enseñarnos algo. Estar dispuestos a ganar el tiempo de una clase abriendo espacio a que sean otros los que hablan, a que nos hagan llegar los temas que les preocupan, los referentes que tienen en el mundo de una cultura que quizás no sea la nuestra, pero que es el vínculo, el único que tenemos, para acceder a aquello que les resulta significativo.

 

La enseñanza de la filosofía vive una crisis permanente. Es algo que se lleva escuchando más de veinte años y no conoce de siglas políticas. La solución no puede venir de fuera. La obligatoriedad que se pretende blindar en el pacto educativo será una forma de perpetuar lo que muchos viven como una tortura y un sin sentido. Inciso de chiste: no hay absurdo más existencial que el de obligar a cursar una asignatura que no se comprende ni se valora. Escucha lo que no entiendes. Memorízalo. Escúpelo en el examen. Y ya. Quien supere el bachillerato sin haber discutido de continuo cuestiones candentes y próximas a su vida debería tener derecho a la denuncia por estafa educativa. La crisis de la filosofía es fácil de superar. llegará el día en que pensemos que los contenidos no lo son todo, la memoria no lo es todo (es algo, sí, importante, pero no todo). Llegará el día en que en vez de creer que vamos a enseñar seamos conscientes, en todo el sentido de la expresión, de que también aprendemos. Llegará el día en que queramos escuchar a quienes se atreven a compartir sus ideas, y hablando les obliguemos a ejercitarse en el argumento. Llegará el día que sea una actividad diertida, estimulante, lúdica en el más noble sentido de la palabra. La filosofía triunfará el día en que, a ojos de muchos profesores, se degrade. Hasta entonces disfrutaremos de su crisis permanente.