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¿Es el brexit algo necesario?

La grieta entre Gran Bretaña y la Unión Europea comienza a abrirse

En esto que ahora llaman postverdad y que desde hace más de cien años en filosofía se llama postmodernidad, parece que las cosas nunca van a ocurrir. Pero al final ocurren. Ahi tenemos el tema de moda de esta semana y de los próximo meses: la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. El asunto es controvertido, y genera análisis de todos los colores. Habrá que seguir el tema para ver cómo termina el divorcio más caro de la historia, porque las consecuencias van a ir mucho más lejos de lo económico, que no es lo único que importa. Por supuesto que hay que ser consciente de las implicaciones en el balance comercial, y de la situación de los trabajadores, pero no se pueden ignorar las consecuencias culturales: no hay duda de que aunque las islas vayan a estar a la misma distancia del túnel de la Mancha (ahora nos sonará hiriente eso de Eurotúnel) o de la costa cantábrica, el alejamiento será innegable. El cambio histórico es de calado y empezará a mostrar sus auténticas consecuencias dentro de varias décadas. Lo de ahora es sólo el disgusto o la euforia, el portazo y el adios. El tiempo reposará las cosas y se verá cuál fue el recorrido de la separación. Será entonces cuando cobre sentido el interrogante que da título a la entrada de hoy, y que apunta al sentido histórico del brexit.

 

Desde un punto de vista histórico, el brexit es una de las mejores noticias que podría ocurrirle a la Unión. Estamos hablando de un acuerdo que comenzó hace 60 años, y que en estas seis décadas apenas había pasado por dificultades críticas. Hay claro, cuestiones complicadas y enredadas: convergencia económica, criterios para utilizar la misma moneda, gasto público, etc. Pero todo eso es una minucia si lo comparamos con el entusiasmo que ha despertado la Unión en este tiempo. Es decir, la Unión Europea parece una buena idea y así lo han percibido todos lo países que se han querido apuntar al invento, entendiendo por tanto que la superación de fronteras nacionales y la búsqueda de alianzas con entidades políticas superiores significaban una ventaja para su propio país. En otras palabras: que la globalización política era positiva, una linea de convergencia histórica. Que no había otra forma de crecer que no pasara por morir o trascenderse, por confiar en otros países. Y esta idea parecía asentarse mucho más allá (o incluso pese a) la tecnoracia, la burocracia y el alejamiento de las instituciones europeas. Este enfoque está ya en Kant y resultará familiar a quien hace unos años leyera (por obligación, en segundo de bachillerato) Idea de una historia universal con propósito cosmopolita. Para el autor alemán la historia se dirigía hacia una gran unión cosmopolita de pueblos. ¿Le quita la razón nuestro presente?

 

Kant respondería a esta pregunta de un modo negativo. El brexit no anula el proceso de integración. Supone un revés, una marcha atrás, pero no muy distinto al que pueden significar otras decisiones y tendencias de la historia. El filósofo alemán pensaba que la historia avanza y retrocede, y que incluso la guerra puede tener un sentido histórico: quizás tengamos que matarnos entre nosotros muchas veces antes de aprender que la paz es un valor en sí mismo. Quién sabe si el brexit no sea incluso una oportunidad para que la Unión se enfrente a sí misma, reconozca errores de su aún corta existencia y vaya rectificando. Despacio. Muy despacio. Con nuevas vueltas atrás y aparentes desvíos. Algo que Hegel resumiría en otra palabra: dialéctica. Historia en movimiento. Pero a esta tesis Kant-Hegel se le opone otra, la de Nietzsche: puede que la historia no sea más que mera repetición. Que la Unión sea una farsa, y que las crisis económicas y su gestión no sean más que la manifestación de la guerra por otros medios. Que ya no se mata con balas, pero sí se acortan vidas poniendo límites de gasto, sanciones por deuda o limitando la emisión de dinero. Veremos entonces cómo más países se apuntan al desencanto. Que euroescépticos, eurófobos o eurocríticos de los colores más diversos, desde Ukeep hasta el frente nacional pasando por Syriza o Podemos, terminan ganando la partida y la Unión se desintegra. El círculo se cierra y volvemos a la casilla de salida. En esto consiste quizás el ir y venir constante de la política: como no nos aguantamos a nosotros mismos, nos quedamos de nuestros vecinos. Veremos si la Unión es responsable de los males británicos y si su decisión de abandonar el pacto de 1957 abre el camino a otros. Habrá que seguir, en todo caso, pensando Europa.