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Se está hablando tanto del covid que resulta difícil, si no imposible, aportar nada al debate. Habiendo tanto ruido apenas se dejan escuchar voces que hagan un enfoque calmado del asunto, pues intervienen además las más hondas pasiones humanas: desde el miedo a la muerte y al dolor, al odio por afinidades o diferencias políticas sin dejar de lado ese sentimiento tan salvajemente humano como es la necesidad de volcar toda la agresividad o el rechazo que pueda generar una situación en una sola persona. El viejo chivo expiatorio del judaísmo sigue tan vivo como hace miles de años. Este sapiens covidensis que estamos siendo en estas semanas llega a límites insospechados de estupidez, al mostrarse convencido de que acabar con un mensajero, un gestor político (del color que sea) o un experto científico va a lograr terminar con una pandemia que lleva solamente cientos de miles de muertos. El solamente pretende hacer referencia tan solo a la historia de la medicina: en estos días se han podido leer artículos didácticos que nos hablan de pandemias no tan remotas que acabaron con millones de vidas de seres humanos. El sapiens covidensis odia por tanto, tiene a flor de piel una agresividad que se vuelca en la cacerola, el grito inquisitorial desde la ventana o en la verborrea incontrolada contra el político o la política, o contra el científico que te cuenta lo poco que sabe tras haber estudiado mucho.
El sapiens covidensis es seguramente más estúpido que el sapiens sapiens, cuyo segundo apellido le viene grande. Pero sí hay ciertos rasgos antropológicamente interesantes de algo que siempre hemos sido pero que seguramente hemos olvidado. El covidensis frente a lo que hemos sido se caracteriza por su dimensión social, la vulnerabilidad y la conciencia de la incertidumbre. La vida se ha detenido, claro, pero el motivo fundamental ha sido, en la aplastante mayoría de los casos, "los otros". Esos que para Sartre eran el infierno se han convertido en el motivo fundamental de la parada. El quedarse en casa no ha sido un acto de egoísmo, tampoco seguramente una medida puramente coercitiva: de no haber sanciones, hubiera habido menos seguimiento, pero a buen seguro hubiera sido mayoritario. El sapiens covidensis ha visto amenazado a su grupo. y ha reaccionado como el mejor de sus ancestros: lo que haga falta por salvar al grupo del desastre. Esta dimensión social nos meustra un rasgo esperanzador: sabemos que hace miles de años no hubiera importado mucho la amenaza a los más mayores, debido quizá a que todo el grupo se jugaba su supervivencia. El covidensis, en un arrebado de lucidez, podría haberse dado cuenta de que el indvidualismo solo es posible si hay un sólido entramado social, silencioso, imperceptible. Algo que no hay que entender solo en un sentido tribal: el yo está sujetado por el nosotros, pero también por el ellos. Cuando miles de millones de humanos se encierran en casa como medida de prevención, esto significa que el nosotros se queda también pequeño, o si se quiere que va siendo hora de ampliarlo tan lejos como sea posible.
La fortaleza del grupo significa a contraluz la debilidad del individuo. Pero éste debería ser uno de los rasgos a conservar del covidensis: la vulnerabilidad, la debilidad. No hace tanto tiempo el ser humano sentía la naturaleza como amenaza. Sabía que el dolor y la muerte acechaban y no podía fiarse a una vida larga y confortable. La actitud del doblemente sapiens hacia los progresos científicos y tecnológicos han puesto de manifiesto que no era tan sapiens como pensaba: ha olvidado rápidamente de dónde viene. El covidensis sabe que hay peligros ahí fuera, que es vulnerable y que la naturaleza nunca puede estar dominada del todo. La vulnerabilidad obliga a una humildad que va de la mano de dejar de pensarse como el dominador de este planeta que no deja de sorprendernos. Nunca fuimos su centro, nunca tuvimos todas las respuestas. Esa humildad y esa conciencia de nuestros límites que afloran en las grandes mentes científicas y que se diluye en la vida cotidiana: exigimos al médico, al físico o al ingeniero una exctitud que no encaja con su quehacer. Una seguridad que jamás se logró y difícilmente se logrará. Una cosa es querer ordenar lo que sabemos, intentar sistematizar el conocimienyo las formas de tentar a la naturaleza y otra muy distinta agotar el conocimiento de todo. Pensar que sabemos algo con certeza absoluta en muchas áreas de conocimiento es una de las mayores señales de ignorancia que ofrece el doblemente sapiens. El covidensis, por el contrario, ya ha vivido una experiencia de la que aprender que no es así. Una antropología de la enfermedad o de la muerte como algo palpable y posible: algo que hace ya mucha décadas se dejó de lado. El covid nos obliga a repensarnos, pero pronto creeremos haber encontrado un remedio que nos permita olvidarnos de todo esto, y volver a eso que todos añoran: ser doblemente sapiens y volver a esa antigua normalidad, en la que el vale el lema de "primero YO", y nos soñamos invencibles en el centro de una naturaleza que es simplemente un recurso a explotar. Muy pronto, para lo que es nuestra historia, volveremos a tener todas las respuestas.
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